TOMA DE POSESIÓN COMO ACADÉMICO CORRESPONDIENTE
EN MADRID DE Dº RAMÓN TAMÁMES GÓMEZ

  • Discurso de ingreso como Académico correspondiente en Madrid
  • «LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE EN RUSIA Y SUS CONSECUENCIAS A LO LARGO DEL SIGLO XX»
  • Laudatio de Dº Fco. José Carrillo Montesinos, Académico de Número
  • Salón de Actos. MUSEO RUSO DE MÁLAGA
    dentro del ciclo Octubre 1917. La invención del Futuro
  • Jueves, 8 de noviembre de 2017, a las 19:30 horas

Presentación por Francisco Javier Carrillo Montesinos
Vicepresidente 3º de la Academia Málaga

Excmo. Sr. Alcalde de Málaga, Excmo. Sr. Presidente de la Academia, Señoras y Señores Académicos, Señoras y Señores

Me ha correspondido, hoy, presentar al Excmo. Sr. Profesor Ramón Tamames con motivo de su ingreso en esta Academia como Académico Correspondiente en Madrid. La tarea es compleja. Resumir el intenso y prolífico itinerario del Profesor Tamames en el tiempo que me ha sido asignado es, sencillamente, imposible. Me veré obligado a recurrir a la telegrafía, intentando seleccionar lo que a mi modesto entender considero referencias significantes. Mi trabajo se complica sobremanera al tener que dedicar mi síntesis a uno de los últimos humanistas supervivientes en la actual España.

La Economía para el Profesor Tamames fue el pretexto para ampliar el arco de conocimientos y estar a la escucha atenta de la evolución de las sociedades en sus diversas facetas. También lo fue para sus alumnos, epígonos y lectores que, de la mano de su Estructura Económica, nos iniciamos en el conocimiento de la realidad de España y de su evolución en momentos en que la gran mayoría era profana en globalización, primas de riesgo, rescates y «hombres de negro». Con Tamames aprendimos a comprender la salida de la autarquía y con él nos introdujimos a tomar el pulso a la política económica y a los desafíos de la modernización. Ya estábamos prevenidos desde el 3 de agosto de 1962 cuando el Sr. Black, en nombre del Banco Mundial, trasladó al Gobierno español de la época el Informe sobre la Economía Española que realizó la Misión del entonces Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento. No fue cierto pues que no conocíamos en aquella época a los «hombre de negro» ya que de negro vino a España esa Misión del Banco Mundial, cuyo Informe sobre la necesaria modernización de la economía española y la ruptura definitiva de la continuidad de las tentaciones autárquicas fue de obligada consulta para muchos de entre nosotros, en particular para el joven Tamames, aspirante a la docencia ex cathedra, portador él mismo de una mochila de compromiso democrático personal. En esas fechas, ya el Profesor Tamames, tras su juventud en el Liceo Francés de Madrid, en donde se transmitían vientos de libertad, había pasado por las Facultades de Económicas y de Derecho, con ampliación de estudios en el Instituto de Estudios Políticos y en la London School of Economics. Y accedió por oposición, en 1957, a los Cuerpos de élite de Técnico Comercial y de Economista del Estado. En 1968 gana la Cátedra de Estructura Económica de la incipiente Universidad de Málaga y desde 1975, la de la Universidad Autónoma de Madrid. Siguiendo con la docencia, en 1992 fue designado por la Comisión Europea como titular de una Cátedra Jean Monet. Años más tarde, se le vería en los aledaños de los constitucionalistas de la CE78 y en los Pactos de La Moncloa.

Conocí personalmente al entonces Profesor Adjunto Ramón Tamames al invitarle a un Ciclo de Conferencias que organizamos en 1965 en el Colegio Mayor Pío XII de Madrid. En este ciclo debían participar otros destacadas personas de la burbuja democrática española como Aguilar Navarro, García de Enterría, Ruiz-Giménez, Manuel Jiménez de Parga, Laín Entralgo, Aranguren, Emilio de Figueroa, Monleón y Teófilo Pérez Rey. En el programa, por expresa sugerencia de Tierno Galván, no aparecía su nombre pues, según él, el ciclo habría sido suspendido. Y así lo fue. Sólo tuvo lugar la primera conferencia a la que, por cierto, asistieron como oyentes los más altos jerarcas del SEU (sindicato vertical de estudiantes): José Miguel Orití Bordás y Rodolfo Martín Villa. En la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, ahora lugar de encuentro con Ramón Tamames y otros amigos de aquellos tiempos, tuve la ocasión de rememorar con Martín Villa aquel ciclo suspendido por el ministro de Educación. Supe que hubo dudas en la prohibición, pues el Cardenal Herrera vivía en los aledaños de ese Colegio Mayor por él creado, cuando no estaba en Málaga, que estaba al corriente de la programación de esas conferencias.

Permítaseme una digresión provinciana, como paréntesis: En una de sus ediciones de Estructura Económica de España, el Profesor Tamames había «descubierto» que por aquellos años próximos al Informe del Banco Mundial, en un pueblo de la Provincia de Málaga, Villanueva de Cauche, se seguían manteniendo relaciones de producción feudales —lo que actualmente no es el caso—, hecho que sin duda alguna sorprendió a doctos y a profanos. Pero era una realidad medieval heredada por el marquesado de Cauche.

El Académico que hoy recibimos como Correspondiente en Madrid desarrolló y desarrolla una intensa vida poliédrica. Fue Diputado en Las Cortes Constituyentes de 1977 y firmante de la Constitución Española de 1978.

Una amplia actividad intelectual es transversal a toda una vida de docencia e investigación, imposible de recorrer por razones de tiempo. Baste con reiterar las numerosas ediciones de la Estructura Económica de España, libro que inició a muchos lectores en la realidad económica del nuestro País. A su actividad escrita, acompañó una importante colaboración en prensa escrita o en la radio, como las revistas Triunfo y Cuadernos para el Diálogo (donde coincidimos), EL PAÍS, del que fue fundador, Diario Madrid, Diario 16, ABC, El Mundo, Cadena COPE, Onda Cero, etc., manteniendo en la actualidad una colaboración regular en el digital «República de las Ideas».

El Profesor Tamames es Premio Jaime I de Economía, Ingeniero de Montes e Ingeniero Agrónomo de Honor en la Universidad Politécnica de Madrid. En 2003 se le concedió el Premio Nacional de Economía y Medio Ambiente, siendo Doctor Honoris Causa o Profesor Ad Honorem de varias Universidades.

Ha desarrollado una importante actividad internacional, desempeñando la Cátedra de Economía Española en la Sorbona de París y dictando conferencias en Harvard, Bruselas, London School of Economics, Berlín, Caracas, México, Bogotá, Lima, Buenos Aires, Sao Paulo, Argel, Manila, Papeete, Oxford, Nueva York, etc., habiendo sido Profesor Visitante en China y en Malasia.

En la década de los 70, asesoró el marco estratégico del Plan de Desarrollo de Panamá, dato que conocí durante mi primera misión en ese país a través del que fuera Ministro Fernando Eleta, persona de agudo espíritu empresarial, de origen malagueño, que era partidario de la nacionalización del Canal de Panamá, lo que ocurrió años más tarde.

El Profesor Ramón Tamames ingresó el 29 de enero de 2013 en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas con un Discurso sobre «Globalización y soberanía mundial. Un ensayo sobre la paz perpetua en el siglo XXI». La sesión fue presidida por S.M. la Reina Doña Sofía. Me cupo el honor intelectual de ampliar mis conocimientos siguiendo en esa Real Academia las numerosas intervenciones críticas del Profesor Tamames en los debates de Informes Académicos.

Deseo finalizar esta síntesis imposible refiriéndome a unos hechos que, por su actualidad, no merma en nada la profundidad de su pensamiento: un reciente intercambio de cartas entre el Profesor Tamames y el M.H. Artur Mas, ex Presidente de la Generalitat de Catalunya, que se puede consultar en Internet. A pesar de los lúcidos argumentos de nuestro hoy Académico Correspondiente en Madrid, no fue posible que imperase la razón. Esos argumentos ya los había expuestos en su libro de 2014, «¿Adónde vas, Cataluña?».

Me toca concluir esta presentación a guisa de Laudatio, impacientes todos por escuchar su Discurso: «La Revolución de Octubre en Rusia y sus consecuencias a lo largo del siglo XX».

Al felicitar a nuestro compañero de Academia, aún electo por unos minutos, manifiesto la satisfacción de todos los académicos y todas las académicas por su incorporación, seguros de la riqueza de sus aportaciones de las que tanto esperamos.

Francisco Javier Carrillo Montesinos

8 de noviembre de 2017

De izquierda a derecha: Dña. Rosario Camacho, D. Ramón Tamames, D. José Manuel Cabra de Luna y D. Francisco de la Torre

“LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE EN RUSIA Y SUS CONSECUENCIAS A LO LARGO DEL SIGLO XX”

Señoras y señores Académicos de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga, señoras y señores, amigos todos:

Me siento muy honrado con la propuesta que se me hizo de ingresar en esta Docta Casa, y será un gusto dar lectura a mi discurso, al que espero responda el Académico Don Francisco Carrillo, sobre el tema de la Revolución Rusa de 1917 y sus consecuencias, en el siglo más denso de la Historia, desde 1917 a 2017.

Volviendo la vista ahora a algo más atrás, nos hacemos la pregunta de si habría sido posible evitar lo que ahora llamamos Primera Guerra Mundial (PGM).

¿Fue inevitable la PGM?

Al respecto, es preciso recordar cuál era la situación de prepotencia de Alemania hace poco más de un siglo, que llevó al enfrentamiento del II Reich con el Imperio Británico. Un choque que tal vez habría sido evitable, de haberse aceptado lo que se preconizó en el Crowe Memorándum de 1907 —muy enfatizado por Kissinger— sobre lo que podría haber sido un posible entendimiento Londres/Berlín.

La unificación de Alemania por Bismarck en 1871 como II Imperio, el Deutsches Reich, se convirtió en una gran potencia de aspiraciones mundiales en términos económicos, políticos y científicos. Todo ello, en una línea parecida a la que China supone hoy, cuando está en trance de sobrepasar un día a EE.UU. en PIB y en otras facetas.

Eyre Crowe, funcionario del Foreign Office en Londres, pensaba que ese gran conflicto potencial podría producirse por la aspiración a la hegemonía mundial en la primera década del siglo XX, entre británicos y germanos. Resultaba algo verosímil, de continuar el progreso alemán para contar con un poderoso ejército y una formidable marina de guerra. Y por ello mismo, porque se veían crecer esos propósitos, surgió la alianza francorrusa de 1904, a ambos costados germanos; a la que de hecho se unió Londres vía su Entente con París, a raíz de las muestras de simpatía alemana hacia los descendientes de holandeses en la guerra de los británicos contra los Boers en Sudáfrica (1899-1902).

En tales circunstancias, en 1907, Eyre Crowe escribió su notable Memorándum, entendiendo que las manifestaciones oficiales anglo-germanas de que se iba a mantener la paz en cualquier caso, no eran ninguna garantía real de nada. Y a ese respecto, la propuesta de un entendimiento pacificador era bien pertinente: cooperación previa anglo-germana para soslayar lo que podría ser un gravísimo enfrentamiento bélico.

Crowe no era persona muy renombrada, pero conocía bien la situación, desde ambos lados del problema. Nacido en Leipzig, de padre británico, diplomático, y de madre alemana, se trasladó a Inglaterra con sólo diecisiete años, y desde allí, ya con su mujer, de origen alemán, mantuvo estrecha conexión cultural y familiar con todo lo germano1

Así las cosas, fue en enero de 1907 cuando produjo el no solicitado Memorandum de Eyre, On the present state of British relations with France and Germany (Memorándum del actual estado de las relaciones británicas con Francia y Alemania)2. En la idea de que Alemania era una amenaza, en busca del poder total contra Inglaterra; como había sucedido, en otros tiempos, con Felipe II, Luis XIV y Napoleón.

El entonces secretario del Foreign Office, Sir Edward Grey, encontró el Memorandum Crowe de lo más valioso, y lo transmitió al Primer Ministro, por entonces Henry Campbell-Bannerman, sin que éste llegara a leerlo y aún menos a discutirlo.

Según Crowe, la cooperación entre Alemania y el Reino Unido para soslayar un choque frontal, había de seguir un proceso negociador entre los dos potenciales antagonistas. Un trance en el que Londres habría de tener la parte más difícil, pues, en lo que aparentemente no podía ser sino un juego de suma cero, el Reino Unido habría de ceder frente a Alemania en una serie de temas; en busca de un equilibrio definitivamente disuasorio de ulteriores enfrentamientos.

Pero el Memorándum fue ignorado, la diplomacia quedó por entero relegada, y todo se deslizó a la gran confrontación de 1914, Primera Guerra Mundial (PGM), con las desastrosas consecuencias que se conocen.

Esa ignorancia oficial del Memorándum fue de lo más normal en el ambiente de la época: era resultado de la dialéctica del momento, de lucha de contrarios, en una etapa en que el capitalismo, desde la óptica leninista, estaba en su más alto estadio: el imperialismo3. Un contexto en que la racionalidad no podía frenar la lucha por la hegemonía.

El 31 de julio de 1914, el apóstol en pro de salvar al mundo de la guerra, negándose los trabajadores a ir al frente, el socialista francés Jean Jaurés, fue asesinado por los belicistas4. Lo que ya había sucedido con los archiduques de Austria-Hungría semanas antes en Sarajevo (28 de junio de 2014).

Más de un siglo después de aquellos episodios, cabe hablar de un Memorándum Kissinger, inspirándose en el de Crowe, dejando claro que EE.UU. no puede intentar volver a cercar y aislar a China; y que, por su parte, la República Popular debe renunciar a cualquier idea de expulsar a EE.UU. de Asia y el Pacífico. Y de ahí la advertencia del antiguo Secretario de Estado de EE.UU., de negociar Pekín y Washington, lo antes posible, porque dentro de 15 o 20 años China podría tener el tamaño doble de EE.UU. en términos de PIB5.

La utopía roja irrealizada:
revoluciones en Rusia,

La Primera Guerra Mundial (PGM) podría haberse evitado, pero no fue así y por ello el capitalismo y el mundo cambiaron. Por lo cual, entramos en nuestro análisis sobre El capitalismo: el gato de siete vidas, en el que reseñaremos lo que fueron episodios sucesivos, los primeros de ellos, los resultantes de la PGM: las dos revoluciones rusas de 1917: la de Kerenski, burguesa, en febrero; y la de Lenin (bolchevique) en octubre (siempre según calendario ruso juliano y no gregoriano como en Occidente). Esos avatares, y sobre todo el segundo, se presentaron entonces como la materialización de las profecías de Marx, de que la revolución al socialismo llegaría un día. Pero veamos qué pasó realmente.

Lejos de la idea de Marx, la revolución al socialismo no se produjo en los países desarrollados, sino en el Imperio Ruso, que en 1917 era el mayor de todos los países del mundo, y que por su población ocupaba el tercer puesto mundial, después de China e India; siendo la quinta potencia económica, detrás de EE.UU., Reino Unido, Alemania y Francia.

La situación del zarismo

En desarrollo comparativo, la Rusia zarista se situaba muy por detrás, con rasgos de un fuerte dualismo económico y social: vestigios del antiguo régimen de servidumbre en el campo, junto a una fuerte concentración capitalista industrial en Petrogrado y Moscú; y un régimen políticamente autocrático y despótico, e incluso con influencias teocráticas identificadas en el omnímodo Rasputín, el pope próximo a la zarina. Lo cual no fue óbice para que estuviera en curso en Rusia un crecimiento industrial importante, con gran volumen de exportación de productos agrícolas.

En cualquier caso, la estructura oligárquica, y la organización deficiente de tan inmenso Imperio —«el gigante de pies de barro»—, se pusieron de relieve en la contienda iniciada en 1914: los reveses militares ante Alemania, el desmoronamiento de la producción y el caos social resultante, se tradujeron en una primera onda revolucionaria en febrero de 1917, que destronó a los zares. Pero el líder emergente, Alexander Kerenski, no ofreció las dos cosas que el pueblo más anhelaba: la paz con Alemania y la entrega de la tierra a los mujiks, los campesinos más pobres.

Precisamente, al frente de esas dos reivindicaciones se situaba, como grupo más disciplinado y con mejor organización, el partido de Lenin, Trotski, y otros dirigentes, como Kamenev, Zinoviev, Stalin, Kalinin, Molotov, Voroshilov, Bujarin, etc. Un elenco de los bolcheviques6 que fue el motor que en la madrugada del 25 de octubre de 1917, recordemos que en el calendario juliano ruso, dio el definitivo asalto al poder en Petrogrado, constituyéndose lo que, teóricamente, iba a ser el primer Estado socialista de la historia.

Desde el punto de vista económico, la nueva situación se complicó con la guerra civil que estalló casi de inmediato a lo largo y ancho del gran ex Imperio Ruso, en 1918, por el ataque al nuevo gobierno bolchevique de los partidarios de seguir con el zarismo o con Kerenski; apoyados por la intervención armada de tropas europeas occidentales y de EE.UU.

El comunismo de guerra

Se abrió así un periodo que en lo económico y social pasó a conocerse como el comunismo de guerra, que se prolongó hasta marzo de 1921; con la proclamación del trabajo obligatorio, la entrega de la tierra a los mujiks, y confiscación por el nuevo Estado de los bienes de la oligarquía y la burguesía, con la estatificación de la industria. Todo ello, con gran energía por parte de los bolcheviques, para no perder sus conquistas revolucionarias.

Cierto que durante el comunismo de guerra, ya hubo algunos primeros intentos de planificación, a través de la Vershenka o «Consejo Supremo de la Economía Nacional»; creado el 25 de octubre de 1917. Pero sus efectos se vieron diluidos en los agitados acontecimientos de esos años de lucha revolucionaria, con convulsiones de todo tipo y de general devastación, en muchos casos en la extensión más patética del hambre, las ciudades menos pobladas que en 1914, la contracción del número de obreros, y de una masa campesina sin apenas medios de producción.

En semejantes circunstancias, los sacrificios que soportaron los propios soldados, obreros y campesinos (la tripleta del partido bolchevique), provocaron el descontento antirrevolucionario; no sólo en las zonas rurales, sino también en las ciudades, e incluso en la Marina de Guerra que antes se había sublevado contra la oficialidad zarista. Así, en la base naval de Kronstadt, la marinería se revolvió contra la revolución, con la represión por Trotski, el propio creador del Ejército Rojo.

La Nueva Política Económica (NEP)

En tales circunstancias, Lenin pensó que la revolución se le iba de las manos, y resolvió adoptar medidas urgentes, que se formularon con una Nueva Política Económica, la NEP. De ella, Vladimir Illich fue el líder indiscutido, sin hacer caso de quienes querían continuar con la experiencia de comunismo de guerra, que seguramente habría llevado al desastre. Así, contra viento y marea, se produjo el gran cambio: las incautaciones de tierras se sustituyeron por un impuesto en especie a los grandes propietarios, se favoreció el renacimiento de la pequeña industria, se abrió el país a las inversiones extranjeras, etc. Se restableció, en parte, el capitalismo, y la inflación se detuvo mediante la emisión de la nueva moneda soviética.

Esa NEP, que en parte toleraba un cierto retorno de la burguesía, recibió sus primeras críticas inmediatamente después de la muerte de Lenin (21.I.1924). Trotski y Preobrazhensky pusieron de relieve que estaba beneficiándose demasiado a los comerciantes y a los kulaks (los agricultores más ricos), corriéndose así el riesgo de generar, con los nuevos industriales, una nueva burguesía, la de «los hombres de la NEP». Al propio tiempo, las críticas se cebaron en el lento esfuerzo de industrialización, necesario para mantener el nuevo régimen frente a amenazas exteriores; y para apoyar la previsible revolución mundial, que como idea iba desvaneciéndose, tras los efímeros experimentos de agitación obrera en Alemania, Austria y Hungría, para sustituirse por el lema del «socialismo en un solo país».

Por su aspiración inmediata de romper con la NEP, Trotski y Preobrazhensky, antiestalinistas destacados, fueron expulsados del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en noviembre de 1927. Y a partir de su artículo en La Pravda, «La NEP, al diablo», Stalin acumuló todos los poderes, en un ambiente en que la auspiciada dictadura del proletariado estaba materializándose en la dictadura personal del secretario general del partido.

De la NEP se transitó, pues, sin más vacilación a los planes quinquenales, a cargo del Gosplan (Plan del Gobierno). El primero de ellos, aprobado en mayo de 1929, cuando ya se había alcanzado el nivel de producción de preguerra, de 1913. Y en diciembre del mismo 1929 fue decidida la liquidación de los kulaks no sólo como clase, sino incluso físicamente, con la colectivización agraria a base de koljoses (granjas colectivas) y sovjoses (del Estado).

La deriva soviética tras la NEP: estatificación, colectivización y planificación central

Con los planes quinquenales y lo demás que siguió, el poderío soviético creció, pero el problema básico de la revolución fue su agotamiento progresivo por la falta de espíritu innovador en el PCUS: que supo desmontar, cuando era bolchevique, el capitalismo zarista, para crear, sin embargo, un capitalismo de Estado, en vez de ir a la verdadera socialización. Y que no llevó a nadie al reino indefinido de la libertad, preconizado por Marx, como sustitución del reino indefinido de la necesidad. Ni se pretendió realmente cumplir la gran máxima marxista: «de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades».

Por el contrario, el nuevo Estado soviético se convirtió en una inmensa máquina de explotación del proletariado, de manera que la plusvalía que se le detrajo con los planes quinquenales, fue el motor del crecimiento económico sin libertades; por obra y arte del leninismo con su tiránico centralismo democrático. No se dio a luz la presuntamente anhelada sociedad, igualitaria, sin clases, sino que fueron consolidándose castas de burócratas, jerarcas del Partido, jefes del Ejército, etc.; que se cooptaban entre sí para los puestos clave, sin someterse al duro juicio de una crítica democrática, ni siquiera de los soviets, convertidos en instrumentos del poder automático del estalinismo.

Cualquier vestigio del sueño de cambio político ensoñado por John Reed en su libro Diez días que estremecieron al mundo<7, se perdió; para despertar a la triste realidad de una sociedad, reprimida, militarizada, y en sus últimos tiempos gerontobucratizada. En la cual la vida cotidiana era escenario de carencias generalizadas; con un régimen de policía secreta y terror, se llamara Checa, NKVD, o KGB.

Por lo demás, en la década de 1930, se organizó por Beria, desde la represión, el teatro político de los letales procesos de Moscú, para la purga de antiguos bolqueviques contrarios a Stalin. Y después llegaron los GULAGS, presidios estalinistas para los sediciosos, denunciados por el propio Kruchev en el XX Congreso del PCUS (1956), y posteriormente por Pasternak8

¿A qué se redujo, pues, la revolución rusa de octubre, según la rápida síntesis que estamos haciendo? La idea del paraíso del proletariado fue desvaneciéndose, por mucho que el stalinismo tuviera su indudable momento de gloria, durante la Segunda Guerra Mundial (SGM), con la gran victoria de Stalin sobre Hitler. Pero terminados los efectos de ésta, se llegó a un nuevo hundimiento, en un iter que Arthur Koestler diseccionó de mano maestra en su libro El cero y el infinito9. En definitiva, el stalinismo y los popes del marxismo-leninismo arruinaron definitivamente la visión revolucionaria de 1917. Así las cosas, es posible formular la idea de que el socialismo científico pensado por el filósofo de Treveris, acabó siendo el más utópico de todos, con un repertorio de brillantes promesas que nunca se hicieron realidad.

Con una visión evocadora de 1917, se sienten aún las vibraciones de lo que fue un verdadero Big Bang político: las luchas obreras que siguieron en Occidente a la revolución bolchevique, y que ayudaron a generar un capitalismo reformado, más viable que el de antes. En ese sentido, cabe preguntarse si no fue la revolución de 1917 la que abrió la senda en Occidente a un estado de bienestar con la profundización de las reformas iniciadas en 1885 por Bismarck con la Seguridad Social en Alemania, y las nuevas mejoras suscitadas por economistas como Marshall y Pigou10. Y en gran medida por Beveridge en 1943, según veremos. Pero todo eso ya es otra historia.

Gracias.

Ramón Tamames Gómez

Málaga, 8 de noviembre de 2017

De izquierda a derecha: d. Francisco J. Carrillo, Dña. Rosario Camacho, D. Ramón Tamames, D. José Manuel Cabra de Luna, D. Francisco de la Torre, D. Marion Reder, D. José María Luna y D. Pedro Rodríguez Oliva. (Imagen: Ayuntamiento de Málaga)

NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA

1 Michael L. Dockrill y Brian J.C. McKercher, Diplomacy and World Power: Studies in British Foriegn Policy, 1890+1951, Cambridge University Press, 1996, p. 27.

2 Puede leers en https://en wiki source.org / wiki / Memorandum_on_the_Present_ State_ of_ British_ Relations_ with_ France_ and_ Germany

3 V.I. Lenin, Imperialismo: la fase superior del capitalismo, Taurus, Madrid, 2012.

4 El trágico episodio se evoca en la gran novela de Roger Martin du Gard, Los Thibault (versión española Alianza Editorial, Madrid, 1974), con una interpretación de la Primera Guerra Mundial que le valió al autor el Premio Nobel de Literatura de 1937.

5 Verbalmente en el Discurso, haré alguna referencia a la tesis del Prof. Allison sobre «la trampa de Tucídides y la PGM».

6 Así llamados, porque en una célebre votación del Partido Social Demócrata Ruso (precedente del Partido Comunista), los partidarios de Lenin quedaron mayoritarios, que es bolchevique en lengua rusa.

7 Ten days that shook the World, BONI & Liveright, Inc., USA, 1919.

8 Boris Pasternak, Doctor Zhivago, Noguer, Barcelona, 1958, y Alexandr Solzhenitsyn, Archipiélago GULAG, Editorial Tusquets, 2015.

9 Darkness at noon, Macmillan Publishers, Reino Unido, 1940.

10 A. Marshall, Principios de Economía (8.ª ed.), versión española, Aguilar, Madrid, 1948. A. C. Pigou, La economía del bienestar, versión española, Madrid, 1946, págs. 9 y sigs. Todas las teorías del bienestar se hallan hoy relativizadas por nuevos planteamientos sobre el nivel de vida, condiciones de vida, medio ambiente, bienestar económico neto, etc.