Teresa de Jesús en el siglo XXI

  • Por José Infante
  • Publicado en la sección 03 Colaboraciones de Académicos ©
  • Anuario 2015. Segunda Época descargar pdf (317Kb))

N

o es la primera vez que una santa del siglo XVI, visionaria, mística, andariega, testaruda, orgullosa y determinada como Teresa de Jesús, Teresa de Ahumada o Teresa de Ávila, según el grado de creencia religiosa que posea el que la nombre, ha protagonizado todo un año de celebraciones. Ya ocurrió en 1962 cuando se celebró el cuarto centenario de la fundación de San José de Ávila y por tanto del inicio de su obra reformadora y fundadora, y en 1982 con motivo de la celebración del cuarto centenario de su muerte y en el que se hicieron amplias revisiones de sus Obras Completas, se puso al día su biografía, se conmemoró con la emisión de sellos y monedas y en el que tuvo una decisiva intervención el entonces Pontífice Juan Pablo II, gran conocedor de su obra y de la de San Juan de la Cruz. En la presente ocasión por cumplirse los quinientos años de su nacimiento en Ávila, el 28 de marzo de 1515, hija de don Alonso Sánchez de Cepeda y de doña Beatriz Dávila y Ahumada, de nuevo aquella mujer extraordinaria que fue Teresa Sánchez de Cepeda ha vuelto a protagonizar libros, revisiones biográficas y hasta sido protagonista de algún que otro libro de ficción. Para tanto da su extraordinaria personalidad y el papel decisivo que tiene en nuestra literatura y en la historia de la mística universal. No por ello algunos de los fantasmas y algunos de los prejuicios que han perseguido a la monja abulense toda su vida y desde su muerte no han dejado de estar presentes, como la utilización política de su figura, el tono hagiográfico de muchos de sus celebrantes y cómo no, sus propios orígenes.

El ser judío converso de su padre don Alonso Sánchez de Cepeda se intentó ocultar durante siglos, para no oscurecer la limpieza de sangre y de cristina vieja de la familia de la monja reformadora y no fue hasta bien entrado el siglo XX cuando se pudo documentar, ya que en 1945 el hallazgo casual de unas ejecutorias de la familia Cepeda hizo que el historiador Narciso Alonso Cortés al publicar en el Boletín de la Real Academia dichas ejecutorias, demostraran lo litigios de los Cepeda, para logar la posesión de su hidalguía. Aquel pleito de don Alonso y de sus hermanos, también llamados en aquella sociedad abulense de finales del siglo XV, “los toledanos” acabó pese a todo con la ansiada ejecutoria, que les daba carta de naturaleza distinta en la ciudad y en la sociedad de Ávila. En efecto a Ávila habían emigrado desde Toledo los descendientes de Joán de Toledo, mercader, hijo de Alonso Sánchez de Toledo que fue condenado a llevar el sambenito, como “reo de los delitos de herejía e apostasía de nuestra santa fe católica”. Don Alonso, el padre de de la santa, como buen converso dejó de trabajar en oficios manuales y se dedicó a vivir de las rentas, que fueron mermando por cierto a lo largo de su vida, contrayendo matrimonio ventajoso, tras quedar viudo de doña Catalina del Peso y Enao, con la rica e hidalga abulense doña Beatriz de Ahumada. Don Alonso tuvo dos hijos, Juan y María, de su primer matrimonio, y doce de la segunda, que también murió prematuramente cuando la futura fundadora, que era la tercera de los doce, solo tenía trece años.

El peso de su origen judío converso persiguió a la santa fundadora durante toda su vida, pero también tras su muerte y en no pocas ocasiones se ha sacado a relucir para impedir honores y patronazgos. Fue uno más de los obstáculos que tuvo que vencer en su extremada vida. Porque todo fue extremo en la vida de Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, reformadora de la Orden del Carmelo, máxima escritora de nuestra lengua y la primera doctora de la Iglesia. Fue tan extremo su afán de llevar la fe en la que creía que con solo siete años ya intentó, como es sabido, huir con su hermano Rodrigo en pos de tierra de infieles buscando el martirio. Como fue extremo su amor a Dios y el rigor de las enfermedades que padeció en su vida. Y largo fue el camino que hubo de recorrer hasta encontrar su destino, o el destino que ella creyó que era el suyo, la reforma de la Orden del Santo Carmelo en la que profesó a los veintiún años en contra de la voluntad de su padre. Y largo fue también el tiempo – más de veinte años- en que hubo de permanecer en el Monasterio de la Encarnación, en medio de graves enfermedades, que la llevaron incluso a la parálisis total durante dos años, soportando las pruebas de sus raptos, éxtasis y apariciones, antes de emprender con decisión y arrojo, la reforma de la Orden en la que profesaba pero para la que quería el regreso a la antigua regla, acabando con la relajación en la que se había instalado hacía tiempo. Pasaron muchos años antes que ocurriera lo que se ha dado en denominar “la conversión de Santa Teresa”. Esta ocurre en 1555, después de haberse sometido al juicio severo de confesores, frailes dominicos y de la compañía de Jesús y de hombres de probada fe y ejemplo de vida, como Pedro de Alcántara, Juan de Ávila o Francisco de Borja. Decidida a emprender su obra, aún habría de pasar muchas dificultades y vencer muchos obstáculos hasta que en 1562 logra, al fin, fundar su conventillo de San José acompañada de unas pocas seguidoras y en la mayor pobreza.

Extremas fueron después de todo esto, las fuerzas que desarrolló para andar los caminos de Castilla y Andalucía para fundar los diecisiete conventos que fundó y extremas fueron las dificultades que encontró por todas partes para llevar a cabo su labor, como fueron extremos la incomprensión y los argumentos de sus enemigos que la llevaron hasta el mismo Tribunal de la Santa Inquisición. Puede decirse que todo lo tuvo en contra Teresa de Ahumada para hacer lo que un día se sintió llamada a realizar, sus orígenes judío conversos, su condición femenina, la debilidad de su cuerpo y las circunstancias históricas y sociales que la rodeaban, en una España que vivía entre el esplendor de las riquezas que llegaban de las nuevas tierras descubiertas al otro lado de la mar oceana, la secular pobreza de sus tierras y la sangría de las guerras a las que obligaba mantener el imperio en el que no se ponía el sol y que el césar Carlos había dejado en manos de su muy católico hijo Felipe II, que fue en último extremo protector de Teresa de Jesús en los momentos de mayor dificultad, cuando vio hasta peligrar la continuidad de la obra que habría emprendido de reformar la orden carmelitana de la mano de “fraile y medio”, fray Antonio de Jesús y Fray Juan de la Cruz y más tarde Baltasar de la Madre de Dios, su querido Padre Gracián.

En una España santurrona y milagrera, donde proliferaban los alumbrados por un lado y por el otro la existencia de tan grandes y recias personalidades como Pedro de Alcántara, Juan de Ávila, Francisco de Borja, Ignacio de Loyola y Juan de la Cruz, Teresa de Ávila- en una época de intolerable machismo, supo ser la protagonista de una fascinante aventura religiosa y humana. En una España más tridentina que el propio Concilio de Trento, en la que la menor sospecha de herejía o desviación de la doctrina establecida acababa en una quema de libros o en las ejecuciones del Santo Oficio. Nada de esto arredró nunca a la madre Teresa ni hizo flaquear su férrea voluntad. Ni siquiera cuando al final de su vida siente la amargura y la decepción de verse abandonada y acaso traicionada por los que ella había puesto toda su confianza.

Valiente, apasionada, espontanea, sencilla, realista, dotada de notables atractivo, gracia y encanto, humilde, soberbia a veces y nada convencional para su época, Teresa vivió los sesenta y siete años de su vida entre la enfermedad y el esfuerzo titánico de quien nunca pudo explicarse de dónde sacaba las fuerzas que derrochaba y que aparentemente no tenía. Entre la oración y la contemplación, la monja doña Teresa de Ahumada tras pasar más de veinte años en el Monasterio de la Encarnación, se echó a los caminos de España y se pasó otros veinte sin tiempo para lo que de verdad le importaba que era su camino de perfección para llegar a la unión mística con el Amado. Escribiendo por obediencia a sus confesores,- pero también porque sentía esa necesidad- en celdas precarias, en salones de palacios y en míseras posadas realizó una obra cumbre de la literatura castellana y de la mística universal, que hoy, cinco siglos después, nos sigue admirando y deslumbrando. Para ello no dudó nunca en enfrentarse a los poderosos, llámense los nuncios del Papa o la omnipotente princesa de Éboli, doña Ana de la Cerda, amiga y tal vez amante del rey Felipe, a los prelados, superiores y hasta el Tribunal de la Inquisición. Nadie pudo nunca poner en duda su extrema valentía y la desafiante confianza que tenía en su obra reformadora. Obediente al final, como la obligaba su voto, tuvo que aceptar algunas decepciones- también las familiares-, como su frustrada fundación en Madrid y las varias reclusiones que sufrió impuestas por sus superiores ya como priora en la Encarnación y como monja simple en San José, pero apartada de las directrices de la Reforma. Y sobre todo la continúa inquina del nuncio Felippo Sega, que fue quien la llamó “fémina inquieta y andariega” y trató de parar sus pies descalzos y agotados para impedirle seguir fundando conventos.

Santa Teresa por Fray Juan de la Miseria, 1576

A quien no convenció con su deslumbrante personalidad, Teresa acabó convenciéndolos con sus escritos. Porque es bien cierto que el poder de seducción, la fuerza extraordinaria que posee su palabra, la verdad que trasmiten cada una de sus páginas, la sencillez y espontaneidad que rebosa su verbo claro y sencillo, ha hecho siempre que se acaben derrotando muchos de los prejuicios de los que se han acercado a ella con ideas y argumentos preconcebidos. Siempre acaba imponiéndose la modernidad de su rica y compleja personalidad, que ha fascinado a estudiosos, creadores y científicos de todas las épocas y de todas las creencias. Estudiada desde el psicoanálisis y desde la heterodoxia la asombrosa vida de Teresa de Ávila y la extraordinaria escritora que es, sigue deslumbrado siglos después como una de las personas que ha sido capaz de indagar con más libertad y mayor rigor en el alma humana. Por todo esto la celebración este año de 2015 del Quinto Centenario de su nacimiento nos ha puesto de nuevo frente a una de las figuras más decisivas y relevantes de nuestra literatura y ante la personalidad más destacada de la mística universal. Libros, novelas, estudios, ediciones, exposiciones, congresos han vuelto a analizar y a recrear, como en 1962 y como en 1982, la vida y la obra de la monja reformadora, de la mujer adelantada a su tiempo, protofeminista, luchadora, inconformista, rebelde, que realizó la hazaña de combinar vida contemplativa con acción misionera, la celda recoleta y pobrísima con los angostos y peligrosos caminos de la Castilla del siglo XVI, la clausura con la complicada gestión de su obra fundadora.

¿Se habrá conseguido con esta nueva efeméride liberar a la Santa de esa tempestad hagiográfica e ideológica que desde hace siglos se ha apoderado de su biografía y de su obra? Desde poco después de su muerte la Madre Teresa de Ávila fue motivo de escándalo y ha sido utilizada por unos y por otros para provecho de cada cual. Ya el rey Felipe III, antes incluso de su canonización, quiso nombrarla patrona de España, lo que acabó haciendo su sucesor Felipe IV, ante la protesta de muchos que defendían el santo patronazgo de Santiago Apóstol y consiguieron que dicho nombramiento quedara sin efecto. Durante demasiado tiempo la figura de la santa de Ávila ha sido vista y ha querido ser tomada durante siglos como ejemplo de virtudes patrias y del carácter aguerrido, valiente y defensor de la fe de lo genuinamente español. En el siglo pasado la posesión de una de sus más preciadas reliquias por parte del dictador, que la veneraba en su propio despacho en el palacio de El Pardo, después de haberla expropiado a las pobres monjas carmelitas de un convento de Ronda, acabó dotando a Santa Teresa de un carácter ideológico y doctrinario que para nada puede encontrase en su propia vida ni mucho menos en la verdad profunda de su obra.

Motivo siempre de controversia y de polémica la vida y la obra de Teresa de Ávila ha sido de nuevo revisada, analizada, contemplada desde su modernidad e incluso en clave europeísta, como hizo recientemente la feminista e influente psicoanalista y novelista Julia Kristeva, discípula de Roland Barthes, ocho veces doctora honoris causa, y autora del libro Teresa, amor mío. San Teresa de Ávila (editorial Paso de Barça) quien aseguró en uno de los actos conmemorativos celebrados en 2015 que la madre Teresa forma parte ineludible de la identidad europea, para terminar asegurando que: “para volver a asentar el humanismo europeo hay que leer, entender e interpretar la pasión según Teresa de Ávila”. Como referente inequívoco de la cultura europea es tal vez el logro más original y decisivo que ha logrado este quinto centenario teresiano, al que nuestra Academia de Bellas Artes de San Telmo ha contribuido con la edición de la antología de sus textos Nada te turbe, que he tenido el honor y la satisfacción de conformar y prologar.