- Por Javier Boned Purkiss
- Publicado en la sección 03 Colaboraciones de Académicos ©
- Anuario 2016. Segunda Época (descargar pdf)
E
l director Alfred Hitchcock (1899-1980) representa sin duda una de las figuras más importantes en la historia del cine, aportando importantes innovaciones en lo referente al lenguaje visual, y por tanto íntimamente relacionadas con las cuestiones del espacio y del tiempo. En este sentido, su producción de la etapa americana, que comienza en 1948 con “La Soga”, su primera película en color, dará como resultado a lo largo de la década de los cincuenta y primeros años sesenta un buen número de obras maestras.
No trataremos aquí de analizar la trayectoria de un cineasta que ha sido de los más estudiados por especialistas del género, sino de interpretar, en una lectura más amplia, determinados aspectos del director británico que pueden aportar interpretaciones y sugerencias a su quehacer como creador en general, que se insertan profundamente en su propia concepción del hecho cinematográfico, y que rondan procederes cercanos a la creación arquitectónica.
Nuestra intención es obtener un panorama del cine de Hitchcock lo más amplio posible, no sólo de los fenómenos de una esfera lingüística particular, sino de la estructura de formas lingüísticas diferentes en cuanto a su tipo común de manifestación espacial, y en concreto la relacionada con la atracción por el vacío. El fin siempre estriba en saber leer el momento, el instante peculiar del sujeto / objeto con la máxima profundidad, y saber ubicarlo simultáneamente en un sistema de relaciones amplio y pertinente.
La forma manierista
Empezaremos por aproximarnos al hecho de considerar a Hitchcock un “artista”, y cuál es su papel en el mundo del arte, situar su trayectoria americana de los años 50 como producción ligada a una suerte de manierismo cinematográfico. Para entender la complejidad de Hitchcock debemos llevar la explicación de sus obras a estos terrenos, ampliando las referencias válidas para el entendimiento de su obra, e iluminando elocuentemente muchos episodios de los ya estudiados.
Si las películas de Hitchcock se vuelven partes constituyentes de una cultura espiritual determinada en toda su diversidad interna por una actitud manierista, es que todas buscan transformar o intervenir en el mundo de las impresiones en las que el cineasta parece estar inmerso, para convertirse en la expresión de esa misma cultura. En este caso, Hitchcock “da forma” a su cine de los años cincuenta desde una lectura en segundo grado del cine moderno. Este cine “nos atrapa” dese la primera vez que lo vemos, siendo su principal objetivo romper la barrera erigida entre arte y amenidad. Hitchcock sabe que poblar los sueños de los espectadores no significa necesariamente consolarlos. Puede significar obsesionarlos.
Por otra parte, es en el terreno arquitectónico donde más se ha hablado de la consideración de la forma en su relación al manierismo. J.D. Fullaondo recoge a este respecto unas ideas pertinentes del arquitecto Gregotti: “…señala Gregotti que mientras el concepto de forma caracteriza a la temática arquitectónica renacentista, el manierismo propone el concepto de imagen en base al descubrimiento de la dimensión psicológica que le obliga a hacer de la expresión de tal singularidad el fundamento del declinar contestatario del lenguaje clásico. Con la dimensión psicológica del individuo nos enfrentamos con el sentido de su muerte particular en cuanto conciencia del desmoronamiento físico y psicológico. Como término de una experiencia singular, insustituible, la muerte deviene el espectro del mundo manierista”. (1)
El cine manierista tendría que llevar por tanto el sello de un creador particular, de su forma configuradora y, a la vez, deformadora; el cine no podía ni debía aparecer libre de la resistencia de este espíritu. Parece que Hitchcock se adecúa perfectamente a estas consideraciones, dada la fundamental dimensión psicológica de su temática, y la instancia paradójica que rodea a sus personajes. Como nos recuerda Arnold Hauser, “…el concepto de la paradoja podría, en todo caso, servir de base a una definición válida que abarcase perfectamente todos los fenómenos en cuestión y que designara un principio estilístico positivo y original, es decir, a una definición no obtenida por el mero contraste del manierismo con otros estilos artísticos. En la paradoja se expresa siempre al exterior un algo más o menos excéntrico y exaltado, que no falta en ninguna obra manierista. (…) Expresado en una fórmula general, paradoja significa la unión de posiciones opuestas inconciliables; y la discordia – concordia, con la que se suele caracterizar el manierismo, representa, sin duda, un momento esencial en la estructura de este estilo. (…) Precisamente esta exaltación -una desviación frívola o forzada de lo normal, un juego afectado o una mueca atormentada- es lo que revela, más que nada, el carácter manierista de una obra. Al carácter exaltado del manierismo contribuye también, a menudo, el virtuosismo, un rasgo del que este arte hace siempre ostentación. Una obra de arte manierista es siempre un alarde de habilidad, un logro audaz, un espectáculo ofrecido por un prestidigitador”. (2)
Convenimos así que la forma manierista como concepto meta-histórico, tanto en su manifestación cinematográfica como arquitectónica, expresará de forma peculiar los valores espacio-temporales que como es sabido resultan sustanciales e intrínsecos en el lenguaje de estas dos disciplinas. Proponemos adentrarnos en la auténtica fascinación que en la obra de Alfred Hitchcock producirá el espacio y en concreto la peculiaridad del espacio vacío, es decir, una serie de relaciones espaciales y vitales entre los personajes y su entorno, fundamentales para que el resto de las componentes cinematográficas puedan desarrollarse en el tiempo. El ambiente humano pierde así el carácter ideal, y se hace más vivo. Se puede hablar de “fenomenización”, en el sentido de que cada situación estará ahora dotada de una forma expresiva particular.
La mirada hacia el abismo
El hombre mira para comprender, y de su propia mirada surge la iluminación, que es comprensión. El siglo veinte inaugura una nueva mirada, la del “Hombre de la cámara” (Dziga Vertov, 1929), donde el ojo cinematográfico sustituye al ojo-narración heredado de la Ilustración. La cámara va a permitir la posibilidad de hacer visible lo invisible, de desenmascarar lo enmascarado, de convertir lo natural en ficticio, la mentira en verdad. Se inaugura la componente utópica de que el cine puede ver lo que el ojo no ve. Y si le dejamos ver, el cine verá de todas las maneras posibles, podrá simular, seducir, no disuadir, sino expandir la mirada, hacerla artificial.
El surrealismo expande a su vez esta idea a través del ojo rasgado de “Un perro andaluz” (Luis Buñuel / Salvador Dalí, 1929), ojo que ya no podrá ver sino el fraccionamiento, el absurdo del mundo producto de un mal sueño. La propia mirada se convertirá en obsesión permanente, el hombre se sentirá mirado por sí mismo, se descenderá a los niveles más profundos del propio yo. El ojo se vuelve psicológico, intermediario, su mirada presidirá nuestras vidas, viendo y siendo vistos, una suerte de constante “gran hermano”. La maldición de esta auto-visión permanente quedará recogida por Hitchcock en “Recuerda” (1945) con los decorados oníricos (ojos de todos los tamaños presidiendo el espacio) diseñados por el propio Dalí.
A través de esta seducción de la mirada asume así Hitchcock su deuda con el director Fritz Lang (1890-1976), donde el carácter trágico, manifestándose en los ojos y en absoluto, va a estar presente como indicador constante de la valencia expresionista, la mirada del horror, de la angustia, metáfora de una muerte cercana, como hará evidente el fantástico dibujo denominado “el ojo” de M. C. Escher (1946), reflejando la propia calavera.
Pero Hitchcock, además, aporta la mirada del voyeur, implicando al espectador en lo que ve, que es su “proyección”, su interpretación particular del mundo. Su visión será intencionada (obsesión), enmascarando un deseo perverso que será satisfecho, inmiscuyendo al espectador, que se convertirá en cómplice de la acción. Todo el film “La ventana indiscreta” (1954) es un ejercicio sofisticado de “voyerismo”.
Esta importancia que da Hitchcock a la mirada va a ser una constante de sus mejores películas, manifestándose su idea de suspense en el exterior de los personajes. Al fnal de un plano,la dirección de la mirada anuncia siempre lo que va a suceder. Cada plano es efecto del precedente y causa del siguiente. Hitchcock lo mezcla y enmascara haciendo que la mirada y lo visto constituyan la unidad básica de toda relación. Pero… ¿hacia dónde miran los personajes de Hitchcock? ¿Existe algo que miren recurrentemente, y que no sea fruto directo del argumento que se desarrolla o de la acción concreta que presida la secuencia? Eugenio Trías, a propósito de la película “Vértigo” (1958) nos habla del ojo-abismo: “…un ojo es la primera imagen de Vértigo; un ojo que prefigura un abismo. Un ojo-abismo, mostrado en giro macabro, siniestro. El ojo es el órgano mismo del cine, el lugar genético y pasional que se inflama en visiones alucinadas al proyectarse en la pantalla. Sugiere la destrucción de la ficción, esa delgada película de nuestros sueños que separa el sueño de la realidad (…) El ojo del abismo: el ojo registra la “subida” al abismo, previa al “descenso al sepulcro”. Un ojo petrificado en esa visión es un ojo fascinado, electrizado, poseído por el vértigo (…) Toda la película se juega en el arco tendido sobre el abismo por dos ojos que se desvían del trayecto habitual, que miran a los ojos sin dejar de mirar, de reojo, hacia abajo, hacia el abismo, o hacia arriba, hacia la torre.” (3)
Este es el ojo abierto de Janet Leight después de ser asesinada en la famosa escena de la ducha de “Psicosis” (1960), cuando la cámara nos dirige su mirada perdida e inanimada hacia el vacío más cercano, el sumidero de la ducha por donde se escapa el agua ensangrentada. Es la misma fascinación que ejerce en el protagonista masculino el pelo recogido en espiral de Kim Novak en “Vértigo”. Es como si el director nos recordara que, junto a toda acción, antes y después de ella, lo que existe y persiste es un vacío abismal, un vacío primigenio, contrapunto de la expresión vital de los personajes, una ausencia de materia que tiene que ver con la disolución física y espiritual, independiente de la temática. Es una concepción abismal que contribuye al atributo de “siniestro”, al que se refiere Eugenio Trías como estado definitivo en la evolución del arte moderno.
Alfred Hitchcock. Fotogramas de “Psicosis” (Psycho (1960) y “Vértigo” (Vertigo, 1958).
La fascinación por el vacío.
Espacio, tiempo, vacío
Este paso de la expresión a lo abismal como polaridad visual, esta visión del vacío final como “elemento simbólico”, tan propio de Hitchcock, nos recuerda las fases del lenguaje artístico y sus estilos diferentes de silencio expresivo, enunciadas por el escultor Jorge Oteiza: “…por mi ley de los cambios, el lenguaje artístico se completa en dos fases: en la primera se multiplica la expresión y en la segunda se apaga, hasta concluir en una construcción vacía y trascendente, como definición de la conciencia personal, como libertad sobre la naturaleza (…) Desde mi situación experimental, distinguimos dos silencios, dos estilos diferentes de silencio: el uno que pertenece al estilo en la línea del tiempo, la zona del gesto, y el otro al estilo en la línea del espacio, en la zona del acto. Es como si el río de la expresión en el arte, antes de desembocar en una nada común, se abriese en dos brazos, en dos ríos, uno por cada estilo, para definir por separado y en su momento correspondiente, su nada resultante y propia”. (4)
Alfred Hitchcock como creador cinematográfico se nos presenta como un manipulador de personajes en el tiempo, destinados a establecer relaciones en un espacio que ha de ocuparse por ellos, y que condicionará irremisiblemente sus acciones. De este complejo espacio-temporal surge su leit motiv como director de cine, entendiendo éste como un lenguaje visual de situaciones expresivas alternas, entre lo temporal y lo espacial, cuya única y posible misión es “llenar la nada”, el “vacío” primitivo que supone la propia película. Los comentarios al propio Hitchcock de su colega François Truffaut, en sus conocidos diálogos con el director británico, resultan reveladores: “…es un proceder anti-literario, profunda y estrictamente cinematográfico, que sufre la atracción por el vacío. El cine está vacío, usted quiere llenarlo: la pantalla está vacía, quiere llenarla. No parte del contenido sino del continente: para usted una película es un recipiente que hay que rellenar de ideas cinematográficas o “cargar de emoción”. (5)
Esta idea de obra como recipiente demuestra la especial atención de Hitchcock hacia los aspectos propios del lenguaje visual, un amor a la trama como excusa para el dimensionamiento de imágenes en función de las pretensiones dramáticas y de la emoción, no tan sólo por el deseo de mostrar un determinado decorado. Existe una narración inicial, con los medios del cine (en vez de utilizar el diálogo, que sería eludir el problema), y en la que se plantean fundamentalmente dilemas morales, preocupaciones metafísicas (angustia, amor, muerte…) por poseer éstas (frente a las de tipo cotidiano) mucho más interés visual. El problema consiste entonces en la forma de ocupar el espacio, manipulando el tiempo y partiendo de la existencia del vacío primordial. La constante alternancia de lo espacial y lo temporal, su ritmo de producción, dan un carácter definitivo al lenguaje cinematográfico de Hitchcock. Veamos algunos ejemplos en los films de esta prolífera etapa.
“La soga” (Rope, 1948)
En esta película el proceso de llenado y vaciado del apartamento donde se desarrolla toda la acción se convierte en el verdadero argumento de la misma. Los personajes aparecen, ocupan el espacio, se mueven por él y desaparecen, terminan desocupándolo, y acaban su absurdo y sofisticado ballet, testimonialmente, en un desenlace propiamente espacial, una suerte de silencio receptivo crómlech (en ideas de Jorge Oteiza), una “nada” vagamente religiosa, sentados frente a un cadáver que ocupaba a su vez el espacio de un arcón, (Il. 3) y que ha supuesto en todo momento la excusa para el desarrollo de una trama compleja de movimientos, miradas y gestos sofisticados. El protagonista es un mueble que oculta un abismo, como manifiesta el mismo rostro del protagonista, James Stewart, al abrirlo.
Alfred Hitchcock. Fotograma de “La soga” (Rope, 1948).
La trama se desarrolla en el espacio del salón, en torno al vacío generado por el arcón que oculta el cadáver
“La ventana indiscreta” (Rear window, 1954)
El pequeño espacio de la habitación desde donde se contempla la acción contrasta con la actividad “temporal” que se desarrolla en el perímetro del vacío al que se asoman todas las viviendas, en un sofisticado decorado creado por Hitchcock que representa un patio de manzana del Greenwich Village neoyorquino. Convertido en protagonista silencioso, este espacio permite que todo suceda, propicia el entramado de relaciones que se muestran enmarcadas por las ventanas. Hitchcock organiza alrededor de un vacío una red de narraciones fragmentadas, cuya reconstrucción espacio–temporal por parte del protagonista–fotógrafo se convierte en el principal argumento del film.
Alfred Hitchcock. “La ventana indiscreta” (Rear window, 1954). Patio con los nombres de los personajes que aparecen en las ventanas. Montaje realizado por C.E. Bermúdez Guzmán, A. García Moreno, F. Marín Nieto, A. Muñoz Cuadrado, L. Périz Ponce, A. Rísquez García
“El hombre que sabía demasiado” (The man who knew too much, 1956)
En la escena final, el interior de una embajada, Hitchcock utiliza una secuencia de imágenes del espacio arquitectónico como transmisor de un mensaje musical específico, encarnado por la famosa canción “Que sera, sera”, interpretada magníficamente por Doris Day. Es un espacio solitario, ecoico y reverberante, que “transporta” la melodía a su destino, el oído de un niño apesadumbrado por la ausencia de su madre. (Ils. 5 a 14) Esta secuencia entronca directamente con las ideas de Oteiza sobre el espacio, el tiempo y sus diferentes estilos: “El mundo está en el espacio. El hombre está en el tiempo (…) El mundo pone el espacio, y el hombre pone el tiempo, su tiempo, que es el de su conciencia íntima, reversible, modificante, topológico y mental, que ocupa (con la expresión) o desocupa el mundo, al que proporcionamos (desde el arte), estructura, duración y sentido espirituales (…) En el estilo informal del tiempo, se da el silencio con una imagen figurada, indirecta, de un espacio vacío ya usado y ya desocupado por el tiempo. Siempre el vacío, la nada, en este estilo, es una poética de la ausencia.” (6)
Alfred Hitchcock. Fotogramas de “El hombre que sabía demasiado” (The man who knew too much, 1956). Secuencia de planos del edificio de la embajada, en los que la melodía de la canción “Que sera, sera” es “transportada” por el espacio a su destino
“Con la muerte en los talones” (North by Northwest, 1959).
La sobradamente conocida escena de la avioneta fumigadora en el campo supone, además del absurdo argumental, un auténtico tratado de manipulación temporal y espacial, permitiendo que el espacio infinito del paisaje se contraiga, aparezca dimensionado virtualmente por el radio de acción de una avioneta intentando dar caza a una persona sin protección. El paisaje se dimensiona, se comprime y expande en relación con la acción. Esta escena viene precedida por un encuentro puramente espacial de figuras en el paisaje, una suerte de land-art con dos únicos personajes ocupando en silencio el vacío primordial, el desierto. Durante unos segundos, a modo de los duelos a pistola en el western, la idea de la muerte sobrevuela la escena, como antesala a lo que habrá de llegar. De nuevo el vacío utilizado como escenario representativo.
Arquitectónicamente hablando, esta película de Hitchcock hace dos homenajes a dos arquitectos importantes del momento: Le Corbusier y Frank Lloyd Wright. El primero es utilizado como referencia para la escena del edificio de las Naciones Unidas. Tanto el decorado recreado del espacio del vestíbulo, de carácter marcadamente espacial, como la visión del exterior del edificio desde arriba, dejan ver esta fascinación y acercamiento de Hitchcock a la arquitectura moderna desde la abstracción y el vacío, prefigurando ya en la toma del exterior su predilección por lo abismal, en una visión absolutamente heterodoxa de la arquitectura.
Alfred Hitchcock. Fotogramas de “Con la muerte en los talones” (North by Northwest, 1959).
Espacios interior y exterior del edificio de Naciones Unidas
El segundo, F. L. Wright, es el arquitecto más famoso del momento, y la referencia de Hitchcock a su figura en la vivienda de la escena final (Casa Van Damme, en el monte Rushmore), resulta evidente. Esta vivienda, diseñada para Hitchcock por Robert F. Boyle, arquitecto contratado en la MGM, aunque tan sólo se construyó en sus espacios interiores (siendo el exterior una recreación con la técnica analógica denominada matte-painting) se utiliza como escenario espacial importante a través de su enorme salón a doble altura, en el que los personajes culminan, con sus sofisticados movimientos la parte final del argumento.
Alfred Hitchcock. Fotogramas de “Con la muerte en los talones” (North by Northwest, 1959).
Casa Van Damme. Espacio interior como escenario del desenlace argumental
“Vértigo (de entre los muertos)” (Vertigo, 1958)
Todo el film está magistralmente repleto de contrapuntos espacio-temporales. A las líneas de movimiento que suponen los desplazamientos por San Francisco (con un marcado acento de deriva urbana) se yuxtaponen las escenas netamente espaciales, el bosque de sequoias, el solitario museo, el paisajista “balcón del pasado” (bajo el Golden Gate Bridge) y sobre todo, el vacío de la escalera de la torre de la Misión, portadora del concepto intrínseco de vértigo y metáfora de todo el film en cuanto a fascinación por el abismo, disponiendo Hitchcock de tal manera las situaciones que quienes aman al protagonista se precipitan en él.
El Museo Guggenheim de F.L. Wright
No podemos, en el orden de ideas que estamos manejando, dejar de hacer referencia a uno de los edificios más importantes de la historia de la arquitectura moderna, paradigma de la utilización del espacio-tiempo en cuanto a su concepción proyectual y la importancia de su vacío espacial. Nos referimos al Museo Guggenheim de nueva York, diseñado por F.L Wright en la segunda mitad de la década de los años 50, y terminado en el año 1959 (aunque Wright no pudo asistir a su inauguración, pues falleció meses antes).
Este edificio es un homenaje al concepto de vacío. “El gran testamento wrightiano, incluso dentro de ese sentido de anticipación minimalista, se da, lógicamente, en el Guggenheim. La cavidad central, el gigantesco pozo, se apodera aquí del conjunto, en una apoteosis del espacio crómlech. (…) Wright maneja aquí la espiral, o si se quiere, el helicoide, como otros podrían hacerlo con la Banda o cinta de Moebius (Max Bill) o la botella de Klein (…) El espacio crómlech al que se refiere Oteiza, la desocupación espacial, emergerá como una componente básica del posible minimalismo arquitectónico, (…) área de silencio y desocupación, suerte de Cero espacial y expresivo, signo neutralizado y vacío…” (7).
Se trata de un gesto único, hermético, una banda temporal en torno a una cavidad, un vaciado espacial, un abismo inexorable que seduce al visitante. Este no puede sino alternar la mirada hacia las obras de arte, situadas en la parte exterior de la suave rampa, con la intermitente y seductora contemplación del misterioso vacío interior. El recorrido museístico se convierte así en un juego alternativo de tiempo y espacio, ampliándose este último con la aparición de lo abismal.
Nos preguntamos por esta extraña relación que se produce, con un año de diferencia, entre la visión del cineasta británico en su película Vértigo (1958) y la del arquitecto americano en este maravilloso e inquietante edificio (1959).
IZQUIERDA: ALFRED HITCHCOCK. FOTOGRAMA DE «VÉRTIGO (DE ENTRE LOS MUERTOS)» (VERTIGO, 1958). ESCALERA DE LA TORRE DE
LA MISIÓN. VACÍO ESPACIAL COMO ARGUMENTO PRINCIPAL. OBSESIÓN POR EL ABISMO. / DERECHA: FRANK LLOYD WRIGHT. «MUSEO
GUGGENHEIM», NUEVA YORK, 1959. EL VACIADO ESPACIAL COMO PROYECTO
La imagen mental
Esta idea de lo cinematográfico como espacio de relaciones inspira una poética de la interpretación sucesiva, ya que se designan circunstancias que no están unidas naturalmente, manifestando una relación abstracta. Así, cada plano nos muestra una relación, o una variación de la misma, que modificarán el tema constantemente. Lo que importa es el tejido, la cadena de relaciones que actúan por oposición a la trama de la acción. Esta forma de hacer entronca con lo que Gilles Deleuze ha denominado como “imagen mental”, un tipo particular, limítrofe, de la “imagen-movimiento”, específicamente desarrollado por Hitchcock: “…En Hitchcock, la relación penetra la acción de antemano y por todas partes, transformándola en un acto simbólico. Cada imagen, por medio de su cuadro, es la exposición de una relación mental, por eso es la cámara, y no el diálogo, quien explica (…) Es la propia evolución de las relaciones, lo que permite introducir la “imagen mental” en el cine, es decir, hacer de la relación el objeto de una imagen, que no sólo se añade a la acción y a la percepción, sino que las encuadra y transforma”. (8)
Según los términos que venimos manejando, el cine en Hitchcock tiene dos caras, una de ellas vuelta hacia los personajes, objetos y acciones en movimiento, y otra que cambia a medida que la acción progresa, el “vacío simbólico” ligado a la propia evolución de las relaciones.
Alfred Hitchcock utiliza el lenguaje cinematográfico de las vanguardias desde una particular voluntad de creación, operando desde la profundidad manierista del lenguaje, abriendo la puerta a estructuras contenidas en un vacío, a la búsqueda de una reducción a cero de su propia concepción del cine, un íntimo y personal afán religioso de salvación. Para ello utiliza el cine como “trampa”, con imágenes que toman por objetos de pensamiento todos aquellos que tienen existencia propia fuera de él. Son imágenes de relaciones, actos simbólicos y sentimientos intelectuales. Como director propone un material de naturaleza abstracta, el cual, trastornando su puesta en escena el orden aparente del mundo exterior, provoca la necesidad de una más profunda comprensión de uno mismo, obligándonos a poner en juego una zona íntima de nuestra conciencia cuya revelación es ejercicio de la sensibilidad. El mismo Hitchcock nos aclara que “…el cine ha sido siempre la fuente de un conflicto interior porque exijo determinados efectos. (…) Lo esencial es conmover al público, y la emoción nace de la manera en que se cuenta la historia, de la manera en que se yuxtaponen las secuencias. Tengo la impresión de ser un director de orquesta”. (9)
BIBLIOGRAFÍA:
(1). Fullaondo, Juan Daniel. “Composición de lugar”. Hermann Blume, Madrid, 1990.
(2). Hauser, Arnold. “Concepto de manierismo” (Texto de 1957 recogido por J.D. Fullaondo en “Manierismo, Mies van der Rohe, Arte Pop”, apuntes de curso de Doctorado de la ETSAM, Universidad Politécnica de Madrid, Madrid, 1994)
(3). Trías, Eugenio. “Lo bello y lo siniestro”. Ariel. Barcelona, 1992.
(4). Oteiza, Jorge. Resumen de su pensamiento estético recogido en el capítulo “El minimal en relación con el pensamiento de Oteiza”, recogido por Fullaondo, Juan Daniel, en “Arte, proyecto y todo lo demás”, Kain Editorial, Madrid, 1991.
(5). Truffaut, François. “Alfred Hitchcock y François Truffaut; diálogos”. Ediciones Akal, Madrid, 1991.
(6). Oteiza, Jorge. Ibídem.
(7). Muñoz, Mª Jesús. Tesis Doctoral titulada “El Minimalismo en Arquitectura y el precedente de Jorge Oteiza”, ETSAM, Universidad Politécnica de Madrid, Madrid, 1988.
(8). Deleuze, Gilles. “La imagen-movimiento (estudios sobre cine I)”. Paidós Comunicación. Barcelona, 1984.
(9). Hitchcock, Alfred. “Alfred Hitchcock y François Truffaut; diálogos”. Ediciones Akal, Madrid, 1991.