26. “HIMNO A LA ALEGRÍA”
Dº Andrés Amorós
Académico Correspondiente en Madrid +

26

miércoles
6 mayo
2020

días de la pandemia / 26
Dº Andrés Amorós, Académico Correspondiente en Madrid

“HIMNO A LA ALEGRÍA”

         En los momentos de tribulación, resulta especialmente adecuado escuchar el tiempo final de la Novena sinfonía de Beethoven: una de las obras más populares de toda la música clásica, declarada, desde 1972, símbolo de la Unión Europea.

         Ya se planteó Beethoven poner música al poema de Schiller en 1793, cuando tenía 23 años: le escribió a la hermana del poeta, preguntándole si él aceptaría que lo hiciera un joven músico, poco conocido. La concluyó 31 años después, en 1824, tres años antes de morir.

         En su poema, Schiller había sustituído “Libertad” (“Freiheit”) por “Alegría” (“Freude”).  En 1824, Beethoven sufría su progresiva sordera, tenía dificultades económicas, pleitos familiares… Con gran audacia, decidió combinar la parte instrumental con la voz; luego le seguirán Listz, Mahler, muchos más.

  Cantan el bajo y el coro:

         “¡Alegría!, bella chispa divina,
           hija del Elíseo,
           ebrios de tu fuego, penetramos,
           ¡oh celeste!, en tu santuario”.
         Continúan el tenor y el bajo:
         “Todos los seres beben la alegría
           en el seno de la naturaleza.
           Todos los buenos, todos los malos
           siguen su senda florida (…)
           y el querubín llega ante Dios”.
         Repite el coro la frase: “… ante Dios”.

  El cuarteto de solistas, el coro, la orquesta, todos se unen en un final grandioso:

         “¡Abrazaos, multitudes!
           ¡Un beso al mundo entero!
           Hermanos, sobre la bóveda estrellada
           debe habitar un Padre amoroso.
           ¿Os arrodillais, multitudes?
           Mundo, ¿presientes a tu Creador?
           Búscalo más arriba de la bóveda estrellada.
           Sobre los astros debe habitar”.

         En el estreno, en Viena, el 7 de mayo de 1824, Beethoven, que no oía nada, se colocó en un asiento, a la derecha del director, marcando los tiempos. La novedad de la obra sorprendió a los críticos: “Una monstruosa locura, el último detalle de un genio que está expirando… Un gran error de un maestro, aislado del mundo por la sordera… Los más ardientes admiradores de Beethoven, si es que les queda sentido común, deberán deplorar con toda su alma que se haya dado publicidad a una obra tan absurda”. (Una lección de modestia para todos los que hacemos crítica). Gracias a Mendelssohn y a Wagner, el público comenzó a admirarla.

         Hoy, es un tópico compararla con los frescos de Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina: dos de las más grandiosas creaciones del espíritu humano. Simbólicamente, Furtwängler la dirigió en Bayreuth, después del nazismo y de la guerra.

         Alegría, libertad, fraternidad de todos los seres humanos… Además de su belleza, esta música nos da un mensaje de humanidad. Se puede resumir en el lema de Goethe: “Por el dolor, a la alegría”.

6 Mayo 2020
Andrés Amorós