54. EL CUARTO JINETE DEL APOCALIPSIS CABALGA SOBRE MÁLAGA
Dª Marion Reder Gadow
Académica de Número +

54

domingo
21 junio
2020

días de la pandemia / 54
Dª Marion Reder Gadow
Académica de Número

EL CUARTO JINETE DEL APOCALIPSIS CABALGA SOBRE MÁLAGA

Nunca pensé que en algún momento de mi  vida iba a presenciar y a sentir en mi propia persona la experiencia de una epidemia en mi ciudad, Málaga; aunque también presente en otras ciudades de España e incluso a nivel mundial. En mis estudios sobre el pasado, en la edad moderna, he abordado los efectos destructivos que una pandemia causa en una comunidad, en una ciudad, en una región e incluso en un país, arrebatando la vida a una considerable parte de la población: a hombres y mujeres, niños, ancianos y jóvenes, sin respetar su condición social ni su lugar de residencia. Las consecuencias: pérdida de vidas humanas, quebranto de las familias, niños que quedan huérfanos sin amparo, una economía empobrecida por la falta de comercio, una ruina personal por la pérdida de enseres que sucumben entre las voraces fauces del fuego para evitar el contagio. Una tragedia urbana.

Al igual que ha sucedido recientemente, la epidemia se cuela de rondón en ciudades y pueblos y sigilosamente el contagio se extiende como un reguero de pólvora. No hay más que documentarse en el manuscrito de Narciso Díaz de Escovar en el que aparecen las oleadas de epidemias que asolaron la ciudad malagueña. En aquella época lejana que este cronista menciona, no se conocía la causa de la propagación de la enfermedad por lo que los vecinos, atemorizados, buscaban con desesperación la protección divina llevando en procesión por las calles y plazas de Málaga a sus Santos Patronos, Ciriaco y Paula, o encomendándose a san Roque, protector ante la enfermedad.

Incluso en el tema de mi discurso de ingreso en la Academia de Doctores, el 7 de marzo de 2018, titulado  “La visión de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis del abogado D. Diego de Rivas Pacheco”, di a conocer las reflexiones y advertencias que un hombre singular del siglo XVII exponía sobre las pandemias: las del regidor, abogado y maestro de Ceremonias del Ayuntamiento malagueño, Diego de Rivas Pacheco. Ciertamente, este personaje de su tiempo medita en torno a las penalidades que provocan la Guerra, el Hambre y la Peste en la sociedad en la que vive; meditaciones que se pueden hacer extensibles a nuestros días, como lamentablemente hemos podido comprobar recientemente. Azotes que compara con los jinetes del Apocalipsis por los horrores que causan: cuantiosas pérdidas humanas, infortunios  económicos y serios quebrantos morales.

Si recordamos las Revelaciones del apóstol san Juan, en las que los estudiosos consideran que las descripciones de los cuatro jinetes tienen un marcado significado simbólico. Observamos que unos sugieren que se trata de una alegoría entre el bien y el mal, mientras que otros los relacionan con la historia de la Iglesia. Coinciden en identificar al jinete blanco, que recibió una corona, con el Hijo de Dios, con la propagación del Evangelio por todo el Mundo; aunque algunos, también, con el Anticristo. Según el Apocalipsis, el segundo jinete va montado sobre un caballo bermejo, armado con una espada, dispuesto a eliminar la paz sobre la faz de la Tierra y a promover conflictos bélicos interminables. Sobre un caballo azabache cabalga el tercer jinete, manteniendo entre sus manos una balanza en la que se pesa el grano, aludiendo a la escasez de trigo y cebada en épocas de hambruna, en las que se racionaba el pan. El último jinete monta un alazán al que se identifica con la Muerte, secuela de las epidemias, de las pandemias y de la peste. Estos cuatro jinetes causan el sueño eterno de la cuarta parte de la Humanidad; ellos han merodeado la Tierra por cientos de años y en coyunturas determinadas arrebatan la vida a millones de hombres.

Destaca Rivas Pacheco, que sobre la peste escribió Francisco de Rippa proponiendo a las Repúblicas la forma de actuar y prevenir ante las epidemias de peste y remedios que se deben aplicar para conservar la salud pública. Recalca que él, como regidor, fue testigo de cómo procedió la Autoridad Municipal en las epidemias que asolaron Málaga en los años 1637 y 1649, en los que se produjo una gran mortandad y:

“En que sucedieron cosas inauditas y portentosas, dignas de eterna memoria y alabanza, en los Hospitales del año 1637”.

Prosigue relatando, como los caballeros capitulares acudieron, cada uno al desempeño de su diputación, a las obligaciones de su cargo; arriesgando en numerosas ocasiones sus propias vidas en pro del bien común de los ciudadanos. Rivas Pacheco ensalza entre todos ellos al regidor Francisco de Leyva Noriega por la labor desarrollada en esta pandemia. Comportamiento humanitario ejemplar, por lo que el Municipio le concedió una fuente de plata sobredorada decorada con las Armas de la ciudad y orlada con la siguiente inscripción:

La Ciudad de Málaga, Justicia y Regimiento de ella dio esta joya al Capitán Don Francisco de Leyva Noriega, su regidor, en reconocimiento de lo mucho que obró como diputado en los Hospitales del contagio del año 1649.

Prosigue relatando don Diego que cuando el Municipio recibía aviso de que en un lugar próximo o lejano había aparecido un contagio de peste, disponía del máximo cuidado, tanto por mar como por tierra, para prevenirse de la pandemia. El cabildo convocaba con toda celeridad a la Junta y Diputación de Sanidad y distribuía guardas y centinelas para que vigilasen día y noche las puertas de acceso a la ciudad, impidiendo todo contacto humano, cualquier tráfico comercial y acceso a toda persona que viniese de los lugares afectados. Rechazaba incluso a cualquier individuo sospechoso que intentara acceder al interior de la urbe. Advierte y amenaza el regidor Pacheco, que el más leve descuido podía ser catastrófico al propagarse la pandemia entre los vecinos. Conmina a los caballeros capitulares que la vigilancia no la dejen exclusivamente a la cautela de los centinelas, ya que éstos, por inexperiencia, pueden descuidar sus obligaciones. Por tanto, deben ser los propios regidores diputados los que personalmente debían permanecer en las puertas de acceso a la ciudad, actuando de sobreguardas y de fieles centinelas. Por eso indicaba:

“Que aseguren bien, no sólo de la República en común que está a su cargo, sino el suyo propio en particular”.

Con esta cautela se procedió por el Municipio en las epidemias de 1637 y 1649, vigilando las puertas por rigurosos turnos, asistiendo además de los guardias habituales los regidores y vecinos notables de la ciudad, los profesores de letras y hasta los prebendados de la Santa Iglesia Catedral.

En el caso de que la epidemia afectara a los pueblos vecinos de la región y provincia, desde los que pudieran introducirse individuos en el interior de la ciudad; aconsejaba reforzar con cercas las murallas para evitar la presencia de intrusos. Además, se debían tomar todas las prevenciones necesarias para impedir el contagio, dejando restringidas las puertas de acceso a la ciudad para que las guardas y sobreguardas reconocieran a las personas que intentaran entrar y examinaran los testimonios y salvoconductos sanitarios que llevasen consigo. Y, en el caso que hubiese alguna duda o la mínima sospecha, quedaría terminantemente prohibida la entrada de cualquier persona, sin tenerlo que consultar previamente con la Junta de Sanidad.

Las Autoridades municipales tampoco consentirían que algún barco, navío o bajel fondease en el puerto, ni desembarcase ningún individuo a tierra, ni que se dialogase con la tripulación, ni se comerciasen productos sin una inspección de los caballeros diputados; los cuales se debían desplazar en la embarcación de sanidad y controlar la procedencia del navío, que documentos certificaban su puerto de origen y las mercancías que transportaba. En caso de la más leve sospecha se le debía conminar a que abandonase el puerto con la máxima celeridad. Y en caso de que el capitán no cumpliese de inmediato la orden tanto el corregidor como el gobernador de las Armas podían ordenar que la artillería hiciese fuego sobre el buque, sin contemplación alguna. De estos trámites tomaría nota el escribano de cabildo, así como de los autos y diligencias, para que quedase constancia en el futuro de lo acaecido.

Rivas Pacheco, como maestro de Ceremonias, se cuestiona qué debe hacer el Ayuntamiento en el caso que llegara o arribara al puerto un personaje de alcurnia, un cargo político o religioso, durante una epidemia: ¿se le debía franquear la entrada al perímetro urbano o impedirle el acceso a la urbe? Cita, a modo de ejemplo, el caso de D. Juan Carlos Imperial, sobrino del marqués Ansaldo Imperial, que procedente de Génova pretendía desembarcar en el puerto de Málaga con rumbo a la Corte. La llegada al Municipio de una real provisión del Consejo indicaba al corregidor que pusiera en cuarentena al citado pasajero, junto con sus criados, en alguna finca de campo, alejada de la ciudad; y que una vez transcurrido este periodo de prevención, se le entregará ropa nueva, a él y a su séquito; los cuales, tras la revisión del médico, podrían ser admitidos en la ciudad y continuar su viaje a Madrid. De este modo, se prevenía a los vecinos de Málaga de cualquier contagio y los viajeros, una vez pasada la cuarentena, podían proseguir su camino.

Advierte Rivas Pacheco que las épocas más peligrosas para que se desencadenase la pandemia eran el otoño y el verano, y que, en el caso de que se percibiese cualquier indicio, la Autoridad Municipal debía nombrar diputados y médicos que con su prudencia y cautela visitasen los hospitales, las boticas y las casas de los enfermos para reconocer los síntomas de la enfermedad y declarar la pandemia. Acto seguido, se informaba al real Consejo del posible contagio, se formaba una Junta de Sanidad compuesta por dos regidores, un prebendado y un vecino notable, para que intercambiasen opiniones con los médicos, cirujanos y barberos sobre la evolución de la enfermedad contagiosa, del número de enfermos contagiados, y de la evolución de éstos, tanto de los que sanaban como de los que fallecían.

La siguiente misión de la Junta de Sanidad era la construcción de hospitales de campaña en las afueras de las murallas de la ciudad, bien provistos de médicos y sacerdotes, en lo que se separaría a los hombres de las mujeres evitando el mal ejemplo y posibles ofensas a Dios. Similar conducta dispensarían los diputados a los niños y doncellas y se les advertía que, tanto con unos como con otros, tuviesen un especial cuidado. Con los hospitales de campaña se ampliaban las plazas hospitalarias ya que los centros habituales se encontraban saturados de enfermos, unos contagiados y otros en proceso de recuperación.

Enterrar a las víctimas de contagio era otra de las grandes preocupaciones de los caballeros diputados malagueños; por lo que ordenaron que se cavaran zanjas profundas en las afueras de la ciudad, los llamados carneros. En éstas fosas enterraban los berberiscos y “esclavos cortados” los cuerpos de los fallecidos; y en las hogueras cercanas se quemaba la ropa y enseres procedentes de las casas de los contagiados.  

El abogado Rivas Pacheco describe el protocolo facultativo a seguir en la pandemia. Cuando al médico le llegaba la noticia de algún enfermo o fallecido, daba parte al diputado para que éste acudiera a su casa y dispusiera el traslado del enfermo, en silla, angarilla o carro, al hospital; y en caso de muerte, conducir el cadáver al carnero. Acto seguido, se sacaría la ropa personal y de casa infectada para trasladarla en carros a las hogueras para aniquilarla. Y una vez desalojado el domicilio, se cerraba la puerta y éste quedaba precintado por medio de una cerradura para evitar que nadie pudiera ocuparlo.

La autoridad municipal, por su parte, debía vigilar la limpieza de las calles y muladares, evitando la propagación de la enfermedad y para impedir el contagio ordenaría encender hogueras en las plazas y vías cercanas en las que quemar hierbas aromáticas, como el romero o el eneldo, purificando el ambiente.

Por último, señala el regidor Rivas Pacheco, era preciso invocar la ayuda Divina. El Ayuntamiento procuraba valerse de remedios sobrenaturales, por lo que encargó:

“a la Santa Iglesia y a los prelados y preladas que con ayunos, disciplinas, oraciones y otros ejercicios espirituales, rueguen a Dios por la salud pública. También son eficaces las procesiones, así de día como de noche, con las imágenes de más devoción”.

Recuerda el abogado que en la epidemia de 1637 se llevó a cabo una procesión muy   numerosa y solemne, en la que procesionó la imagen de san Francisco de Paula y al pasar ésta ante el hospital de san Lázaro, en el que se encontraban dos mil enfermos, éstos se acercaron a la ventana para ver el desfile procesional y cuando regresaron a sus camas notaron una gran mejoría. Desde aquel momento cesó el contagio en la ciudad, por lo que por voz de pregonero se comunicó a los vecinos el fin de la pandemia:

“Esta Ciudad de Málaga, Justicia y Regimiento de ella, hace saber a todos sus vecinos y habitadores, y a todas las demás ciudades, villas y lugares del Reino, como habiendo Dios, Nuestro Señor, castigándola con el mal de pestilente contagio que es notorio, por su gran Misericordia ha sido servido de librarla de él, restituyéndola a su antigua Sanidad, que de presente goza, sin rastro alguno de contagio, demás (sic) de cuarenta días a esta parte. Y porque nueva tan alegre y deseada sea notoria a todos y a las dichas ciudades, villas y lugares, lo manda publicar en las partes más públicas de esta ciudad”.

El cuarto jinete del Apocalipsis se alejaba temporalmente de Málaga y tras él la destrucción de vidas humanas, ruina económica, quebranto moral.

Una situación muy similar a la que contemplamos en la actualidad con el Covid 19, con más de 40.000 muertos, empresas en precaria situación y miles de trabajadores en busca de un trabajo y ante un futuro incierto.

Para concluir, las primeras noticias sobre el regidor D. Diego de Rivas Pacheco, autor de estas reflexiones y advertencias, nos las proporciona Juan Serrano de Vargas en su Anacardina espiritual, en la que el autor describe la desolada situación en la que se encontraba el vecindario de Málaga afectado por la epidemia de peste bubónica, en el año 1649. La aparición de la imagen de un Cristo atado a una columna ante las puertas del Consistorio coincidió con el cese de la epidemia, por lo cual la escultura se colocó en la Sala de la Audiencia del Ayuntamiento y se veneró bajo el título del Santo Cristo de la Salud.

Rivas Pacheco fue designado por el Cabildo Municipal para dirigir y redactar los expedientes comprobatorios de los prodigios realizados por la intercesión del Santo Cristo de la Salud, a cuya imagen había decidido el Ayuntamiento dar culto y designar como co-patrono de la ciudad, ya que a su milagroso hallazgo se debía el cese de la peste bubónica, que tantas víctimas había causado en Málaga. Su volumen Gobierno político legal y Ceremonial, para la mejor y más acertada dirección de los actos capitulares de esta Nobilísima y siempre leal ciudad de Málaga conforme a sus antiguas y loables costumbres, ordenanzas y privilegios y a lo dispuesto por derecho y leyes de estos reinos. Comprendido en dos discursos, uno tocante a lo político secular y legal, y otro a lo sagrado y ceremonial, que se encuentra en la biblioteca de la Fundación Lázaro Galdiano, nos permite conocer por un testigo ocular como la Málaga del siglo XVII combatió las epidemias, la de carbuncos de 1637 y la de peste bubónica de 1649. En la primera fallecieron entorno a doce mil personas, en la segunda cerca de cuarenta mil.

Emilio de Diego