47. TIEMPOS DE UTOPÍAS RAZONABLES (VII)
Dº Francisco Carrillo Montesinos
Académico Emérito +

47

lunes
15 junio
2020

días de la pandemia / 47
Dº Francisco Carrillo Montesinos, Académico Emérito

TIEMPOS DE UTOPÍAS RAZONABLES (VII)

La reclusión frente a la COVID-19 me ha llevado a rememorar el discreto encanto de la diplomacia silente y a desvelar unos hechos inéditos de otra reclusión forzosa, atroz, dolorosa y terrorífica. Era martes 13 de noviembre de 1979, bien entrada la tarde. Tras superar la rampa del aparcamiento de la UNESCO en París, solía conectar el programa internacional de Radio Nacional de España. La noticia me sobrecogió: ETA reivindica el secuestro de Javier Rupérez, diplomático, responsable de Relaciones Internacionales de UCD. Giro por la plaza Fontenoy, regreso al aparcamiento de la UNESCO, subo al despacho del Director General Amadou-Mahtar M’Bow quien, extrañado de mi urgencia, me pregunta: ¿qué pasa? Le respondo: que ETA ha secuestrado a un amigo, demócrata, y que tendríamos que hacer algo en su favor. Y, sin dudar, me interpela: propuestas. Sabía, por proximidad de trabajo, que era un ejecutivo de altos vuelos y en el ascensor yo había barajado varias sugerencias para la acción. Le dije dos posibilidades que podemos combinar: solicitar de Yasir Arafat, Presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), una intervención pública solicitando la liberación de Rupérez y tantear a un clérigo vasco ex funcionario de la UNESCO. El Director General reaccionó con estas breves palabra: ejecución, pero en secreto. Comprendí de inmediato que era el Director General quien asumía las gestiones de «diplomacia secreta» por razones humanitarias. El gobierno español no fue informado para evitar toda publicidad ineficaz. A reglón seguido, fui al despacho de Federico Mayor Zaragoza que era Director Adjunto de la UNESCO, correligionario de Javier Rupérez en UCD. Estaba informado del secuestro y apoyó plenamente las gestiones secretas que se iban a llevar a cabo en nombre del Director General de la UNESCO.

A Javier Rupérez lo conocí en la década de 1960 con otros que resultaron fieles amigos en la diversidad como Óscar Alzaga, Gregorio Peces-Barba (al que Javier dedicó un sentido obituario en La Tercera de ABC, “Mi amigo Gregorio”, 25/7/2012), Tomás de la Cuadra Salcedo, Fernando Ledesma, Pedro Altares, Santiago Rodríguez Miranda, Virgilio Zapatero, Ignacio Camuñas, Eugenio Nasarre, Gregorio Marañón Bertrán de Lis y otros que a veces compartíamos mesa en «El Mesón del Conde». Yo había descubierto «la cuestión palestina», referencia fundamental de este relato, desde «Signo» y «Cuadernos para el Diálogo». Todos acompañantes de Joaquín Ruíz-Giménez en la difícil tarea del diálogo que llegó a contribuir a abrir las puertas de La Transición. Recuerdo que con Javier organizamos una mesa redonda sobre Palestina movidos por la ética de la solidaridad. En aquel entonces transitábamos todos por la Unión de Jóvenes Demócratas Cristianos (UJDC), que fundamos muy próximos de Aldo Moro, y por la Unión de Estudiantes Demócratas (UED) de inspiración democristiana.

La gestión con Arafat fue muy eficaz. La OLP estaba reconocida por la UNESCO y por la ONU como entidad no gubernamental. De esta tarea me encargué inmediatamente a través de un canal no administrativo con acceso directo. El mensaje era muy claro: Presidente Arafat, el Director General de la UNESCO le pide que haga una intervención pública para que ETA libera al Sr. Javier Rupérez, diplomático español y amigo de Palestina (se hizo referencia a la mesa redonda en Madrid en los años de 1960 sobre la cuestión palestina). Arafat decidió sin dudarlo y, a través de la agencia palestina de prensa, lanzó públicamente la solicitud de liberación. Era esencial que la intervención de Arafat la hiciera pública. Y así fue.

La otra gestión con un canónigo vasco, jubilado de la UNESCO, llevó tres días. Se trataba del P. Alberto de Onaindía Zuloaga (1902-1988) que trabajó en París, ya exilado, en los servicios de lengua española de la UNESCO y que paralelamente desarrollaba por su cuenta un programa en Radio Francia Internacional bajo el seudónimo de «Padre Olaso». En esos tiempos, yo no estaba en la UNESCO. El clérigo Onaindía fue un destacado “mediador” del Partido Nacionalista Vasco (PNV), –partido democristiano–, durante la Guerra de España e introductor de la Doctrina Social de la Iglesia en el País Vasco, llegando a entrevistarse con Ángel Herrera Oria (Abogado del Estado, quien después sería obispo de Málaga y Cardenal de España) cuando se barajó la posibilidad, antes de la guerra, de que el PNV se integrara en la CEDA, confederación de partidos católicos. Asocié al escritor español Francisco Fernández Santos que trabajaba en ese servicio de lengua española de la UNESCO y que había conocido al clérigo Onaindía. Logramos encontrar su dirección y teléfono en los archivos del personal de la UNESCO. Le pedimos, sin más preámbulo: El Director General de la UNESCO le solicita, si puede, haga algo en favor de la liberación del Sr. Rupérez por ETA. (Naturalmente sabíamos que el clérigo era un nacionalista vasco con historial en ese entorno). Y subrayamos: el Director General tiene mucho interés en este caso. (Años antes, el Director General le llegó a prolongar el contrato dos años más de la fecha de jubilación porque era muy dotado en lengua española). El «Padre Olaso» fue tajante: Vivo en San Juan de Luz jubilado y voy a ver lo que puedo hacer. Vuelvan a llamarme a este teléfono pasado mañana a tal hora. La nueva llamada dio el siguiente resultado: el comando es muy joven, piensan que se equivocaron al marcar al Sr. Rupérez como objetivo y desean soltar el paquete. Pero piden a la UNESCO que obtenga el cese de los acosos de la policía española. Nuestra respuesta fue contundente: El Director General de la UNESCO hace esta gestión personal como acción paralela y coadyuvante y ha considerado oportuno no informar al gobierno español. Por consiguiente, no es de recibo la petición que nos transmite. He de añadir que incluso el que presidía en España el «comité en pro de la liberación de Javier Rupérez», que fue Joaquín Ruíz-Giménez, nuestro maestro y amigo, además muy vinculado al Director General de la UNESCO Amadou-Mahtar M’Bow y al Director Adjunto Federico Mayo Zaragoza, no fue informado de estas gestiones de «diplomacia humanitaria personal y secreta» del Director General de la UNESCO. Nadie fue informado. La más mínima filtración hubiera neutralizado tales gestiones.

Pasados los años, sólo tres personas han guardado con total discreción la información que hoy aquí se narra por primera vez, por imperativo de la “obligación de reserva” en la función pública internacional, imperativo que hoy ya no es vinculante tras 41 años de los hechos. Asunto cerrado.

No hace mucho, en un apartado en la sede de la Real Academia de Ciencias Morales y Política, en el Palacio de los Lujanes de la Plaza de la Villa de Madrid, hablaba de estos hechos con Javier Rupérez, también Académico Correspondiente de dicha Corporación. Le había puesto al corriente muchos años después. En ese momento de reencuentro entrañable, Javier Rupérez me comunicó: Estoy convencido de que la intervención pública del presidente Arafat y, añadió, del Papa Wojtyla (Juan Pablo II), fueron decisivas para mi liberación. Y tiene esta conjetura cierta lógica: si «querían soltar el paquete», –como nos dijo el clérigo vasco–, sólo dos posibilidades, o asesinado o vivo. Afortunadamente lo dejaron con vida el 12 de diciembre de 1979 a unos kilómetros de Burgos. El discreto encanto de la diplomacia silente a ras de tierra.

Francisco Carrillo Montesinos
(Publicado en el Diario SUR/Vocento, 12.6.2020)