30. TIEMPOS DE UTOPÍAS RAZONABLES (III)
Dº Francisco Carrillo Montesinos
Académico Emérito +

30

viernes
15 mayo
2020

días de la pandemia / 30
Dº Francisco Carrillo Montesinos, Académico Emérito

TIEMPOS DE UTOPÍAS RAZONABLES (III)

La fobia del contacto gobernará cada vez menos 
el pacto del individuo con lo social.
EDUARDO PORTELLA

               

Pienso es opinión compartida que la luz verde para una salida escalonada del enclaustramiento depende de los científicos y no de los políticos, de los economistas, de los juristas, de los psicólogos e incluso de los sociólogos. Los pobladores de este mundo ensombrecido se han ido familiarizando con palabras que no entraban en el reducido léxico de las conversaciones cotidianas: epidemiólogos, virólogos, biólogos moleculares, intensivistas… Recuerdo hace más de cincuenta años mi primera experiencia visual de uno de esos que hoy se le llama «bichito»; era el de la sífilis aumentado con un microscopio casi de la época de Ramón y Cajal con el que mi padre hacía sus investigaciones y constataba una infección. Afortunadamente para los contagiados, ya en aquellos años Fleming había descubierto la penicilina. Y había curación si a tiempo se intervenía. Para la lepra, de la que mi padre sabía algo, llegaron fármacos a España que sanaban al enfermo si se llegaba a tiempo. (Esto lo constató en una reunión científica en Holanda por los años de 1950). Recuerdo vagamente que mi padre tenía unos cuadernos de seguimiento con los contactos del que padecía la enfermedad de Hansen, ya que él estaba convencido, por experiencia clínica, que solamente se contagiaba por promiscuidad. En mi memoria aún quedan trazas de aquellos bizcochos que, sobre todo en Navidades, obsequiaban los contagiados a mi padre y que eran comidos en familia. Microscopio elemental, experiencia clínica con afecto y el sentido común de aquella generación de médicos pioneros de sus especialidades, pero con amplios conocimientos de la Anatomía Patológica de la época. Cuando llegaban los resfriados familiares, (la gripe) algún refuerzo vitamínico, siete días de cama y exigencia de ventanas abiertas durante parte de la mañana para lo que se reforzaban las mantas de la cama. Claro que había infecciones más graves que desconocía pero que me daban miedo cuando, a veces, acompañaba a mi padre al Hospital Civil Provincial y me comentaba: aquí está el pabellón de infecciosos. Existían focos de lepra en la zona de la costa este de Málaga. El gobierno de la época iniciaba campañas en el exterior para atraer turismo. Me consta que mi padre le comentó a un ministro de sanidad (que no era médico): si la prensa internacional informase que en la naciente Costa del Sol había focos de lepra, no vendría un solo turista. El ministro le concedió recursos sanitarios que era lo que mi padre perseguía. ¿Quién iba a convencer al eventual turista de que la lepra no era contagiosa salvo en promiscuidad?  Estaba localizada en Málaga y provincia, y había mucha menos información de la que ahora disponemos. Prácticamente ninguna a nivel de salud pública. A este respecto, leí, con mi propia experiencia familiar a cuestas, la apasionante novela de José Luis Sampedro, “El río que nos lleva”. El Sanatorio de Fontilles era para mí una referencia de realismo mágico como lo es la isla de Molokai. La enfermedad bíblica causaba pavor.

El COVID-19 también causa terror a nivel mundial. El problema parece se está extendiendo más allá de las fronteras europeas y de Occidente en el mal llamado Tercer Mundo. Los ciudadanos y las familias tienen miedo. Muchos no infectados se preguntan qué va a pasar cuando salgan a la calle. Una cosa son las estadísticas contables de cada día y otra es la realidad invisible de esta pandemia, cuya colecta de datos será muy aleatoria entre las zonas urbanas y las rurales. Ya saltó a África en donde hay estimaciones de que habrá diez millones de infectados, pero la tendencia actual, probablemente por falta de datos, no confirma esta estimación a la fecha de hoy. ¿Y cuántas muertes? En América Latina avanza. En Singapur, que era un paraíso viral, ya ha penetrado y rebrota en Alemania y en Corea del Sur.

Por profesión, me tocó viajar algo por los cinco continentes. Tomaba mis medidas; tenía un amplio carné internacional (de color amarillo) de vacunaciones. Si iba a zonas de malaria (Amazonas o África) tomaba cloroquina (una pastilla diaria, tratamiento que hoy está más simplificado, pero aún no hay vacuna). No bebía agua del grifo, solamente de botella. Si me invitaban a una casa, nunca echaba cubitos de hielo porque no sabía con qué agua estaban hechos, desinfectaba por si acaso legumbres, verduras por aquello de las amebas, e incluso frutas, etc. Pero cierto era que, aparte la malaria que tiene contagiada a media África, no existía la espectacular trashumancia del COVID-19 facilitada por la globalización de los intercambios comerciales y por los enormes movimientos de población en el mundo (mil doscientos millones el pasado año). 

Veo muy difícil, por el efecto miedo, que el turismo vuelva a moverse sin un fármaco eficaz contra el coronavirus y con una vacuna definitiva. El turismo busca ante todo seguridad en su descanso. Y normalidad de comportamiento. El enclaustramiento y la distancia social han ido potenciando la psicología del miedo que, mucho me temo, no podrá ser superada con la desinfección de ozono ni con la separación de mesas. El turismo no busca el riesgo por mínimo que sea. No va a pasar sus vacaciones con mascarillas y guantes, a las que se habría de añadir gafas blindadas ya que este virus también entra por los ojos. 

El panorama es terrorífico si abrimos las puertas de las casas, y las fronteras, sin tener la certeza de que no habrá una segunda ola que según la OMS podría ser más letal. Es una hipótesis. La salud pública debe ser una alta prioridad aunque el país deba seguir parado al menos hasta el verano. Los epidemiólogos, y la OMS, deberían tener la última palabra. Un buen amigo, investigador de punta en USA, y con amplia práctica clínica, me decía hace unos días que en junio todo podría ir mucho mejor en cuanto a la actividad del virus. Es decir -interpreto- la intensidad de la carga viral puede disminuir y convertirse en una gripe común, a la que se añadiría la gripe estacionaria del próximo invierno. Son hipótesis científicas de peso, que se verificarán al paso del tiempo y de los rebrotes tras las desescaladas. Ya la OMS advierte que deberemos cohabitar con este coronavirus durante algún tiempo, hasta la llegada de la vacuna, si llega, La incógnita sería la evolución en los cinco continentes y la trashumancia del virus que potencie rebrotes. Es muy humano que reine el miedo. ¿Quién desea desescalarse y servir de cobaya humana para así incrementar la tasa de “inmunidad social” que, por demás, es una variable incierta? Es muy humano también que el factor esencial de la economía, la persona/ciudadano, que debe ser el principal por aquello del bien común, no quede desasistido por la incidencia del COVID-19 que se ha impuesto a la voluntad de todos y no por capricho propio. Los ex claustrados nunca deberían estar sometido a las reglas de la ruleta rusa. Complejo laberinto, en el que estamos todos, en el que el Minotauro será vencido definitivamente por una vacuna tras sacrificar a miles de seres humanos en la actual Cnosos. Lo que sí parece consolidarse son las estimaciones de decrecimiento del nivel de vida, con una estimación de 35% de paro (según el Informe FUNCAS), de un menos 13% del PIB, de una fuerte caída del consumo y de un aumento inquietante de las situaciones concretas de pobreza, con incidencias ya constatables en los flujos financieros. Otras hipótesis razonables se basan en la probabilidad de una fragmentación de la globalización, de una restructuración de la deslocalización de empresas y de una transitoria intervención de los poderes públicos en la economía (el regreso de Keynes). Y esto no solamente en España. Cabría preguntarse: ¿Cómo ha sido que casi el 90% de las importaciones de material sanitario básico venga de China? ¿Cómo ha sido posible la no previsión de industrias nacionales estratégicas en materia de salud y sanidad? ¿Por qué una economía basa a veces un 30% en “monocultivos” tales como el turismo y la industria del automóvil que la debilita en cuestiones de días por causa de una pandemia? Es muy probable, al menos razonable, una revisión del concepto de ciudad en donde se concentrarán en algunos años más del 70% de la población mundial (10 mil millones de habitantes) con fragilidad exponencial en esta pandemia o en las por venir? Un reequilibro con las áreas rurales, podría ser el habitat humano, no sólo de agricultores y de trabajadores agrícolas, sino de familias, personas, que trabajen en la industria y en el sector servicios. La prospectiva de hoy puede sin duda ayudar a reordenar el territorio y estar mejor preparados para hacer frente a otras catástrofes naturales (la COVID-19 es una de ellas) que sin duda llegarán estrechamente relacionadas con el cambio climático. Pienso que la creciente población mundial no está formateada para agruparse en grandes concentraciones urbanas con rascacielos en competición, sino para asentarse y distribuirse a través de la tierra del Planeta. Hoy día esto puede ser persuasivo en plena pandemia pero mañana se continuará considerando como utopía para mí razonable.

La COVID-19 es un trágico llamamiento a políticas y a educación prospectiva a medio y largo plazo y a evitar cegueras del cortoplacismo. Se ha echado en falta la presencia, en primera fila, de la Unión Europea, con una ausencia evidente de mecanismos centrales de coordinación a nivel de política sanitaria preventiva. Cada país de la UE ha hecho la guerra por su cuenta para hacer frente a la pandemia. La UE no disponía ni de políticas ni de stocks de material sanitario para emergencias como la COVID-19. Sin embargo, sí funcionaron importantes mecanismos económicos y financieros de apoyo a las economías nacionales. Es previsible que de la actual crisis sanitaria emerja reforzar la UE en las esferas sanitarias, de investigación, de defensa y seguridad así como en lo cultural (que es la gran ausente con la sanidad), y se restructuren los mecanismos económicos-financieros ante la hipótesis de un fraccionamiento de la globalización en donde la Unión Europea está llamada a jugar un papel fundamental en la relación de fuerzas de las grandes potencias o a desaparecer.

(15 Mayo 2020)
Francisco Carrillo Montesinos