ARTE DESDE MÁLAGA: EUGENIO CHICANO

  • Por Francisco Javier Carrillo Montesinos
  • Publicado en la sección 03 Colaboraciones de Académicos ©
  • Anuario 2015. Segunda Época (descargar pdf)

 

Donde más me conozco empiezan mis palabras
Manuel Alcántara

 

P

odría resultar incomprensible el arte que va renaciendo en la Málaga de la posguerra avanzada, tributario de los antecedentes «académicos» del XIX y de las escuelas, formales e informales, de artes, oficios y bellas artes sometidas al entorno imperante (de imperio sin imperio) de plena autarquía. Ya había sido diseñada la olla exprés que fue capaz de transformar en su interior una diversidad (verduras, muslos de pollos con las crestas de la precariedad, patatas y cebollas…) en mutación de colores, sabores y sensaciones a medida que la des-estructuración iba perfilando nuevas construcciones, transformando la materia y haciendo posible las mezclas de la recreación cromática. La olla exprés se creía objeto entre las novedades de la ciencia y de la técnica en las vitrinas y escaparates transparentes de electrodomésticos y otros abalorios. Un público sorprendido y sorprendente. El cocinero de las viviendas llamadas protegidas descubrió la aceleración del tiempo con la olla exprés. Cuando llegó el momento de dar una salida a la presión, la abrió y se encontró cara a cara con una sustancial transformación de los materiales. La forma de la olla exprés se había transmutado, ella misma, por la capilaridad que había actuado en su contenido. Se dio el misterio de la interacción dialéctica. Podría decirse que la física precedió a la geometría: y los cálculos numéricos llegaron después. Las máquinas de vapor ya habían abierto nuevas rutas de comunicación terrestre y el motor de explosión acabó conduciendo el arte a su multiplicación seriada.

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El “cine actualidades” situado en el edificio de Calle Caldereria esq. a Calle Granada en Málaga

En junio de 1930, Carlota Alessandri Aymar, viuda de Rubio Argüelles, propietaria de un solar en la calle de Salvador Solier (actual Granada), esquina a la de Jerónimo Cuervo (actual Calderería), y estimando que “éste por sus dimensiones no es bastante para levantar un edificio de la importancia que sitio tan céntrico requiere”, había pensado adquirir o permutar el terreno colindante propiedad del Ayuntamiento, ofreciendo a razón de trescientas pesetas el metro cuadrado. Un año después, en la sesión de Cabildo del 15 de agosto de 1931, se acordó aceptar, en principio, la permuta que hacía Carlota Alessandri al Ayuntamiento: ofrecía un trozo de terreno de 148’70 m2 del solar que poseía en la calle de Granada con vuelta a la de Calderería y Plaza del Carbón, la cual quedaría para vía pública, a cambio de otro solar de 211 m2  que tenía en venta el Ayuntamiento en la calle de Calderería colindante con el anterior. Se aprobaron las valoraciones del arquitecto municipal de ambas parcelas en 62.900 pesetas, la de 148’70 m2, y 68.575 pesetas la de 211 m2. Y con el fin de que, la señora Alessandri no tuviese que desembolsar nada por la diferencia de valores, se acordó ésta pavimentase por su cuenta los terrenos los cuales iban a formar parte de la vía pública, que aproximadamente coincidiría con la diferencia de 5.675 pesetas, existentes entre ambas cifras.   Al parecer, los trámites para realizar la permuta entre el Ayuntamiento y la propietaria del solar, no finalizaron hasta febrero de 1932 (1).

Con anterioridad, el 20 de abril de 1931, Carlota Alessandri, con domicilio en la Avenida de Pries (villa Carmen), por medio de una instancia dirigida al alcalde, solicitaba licencia para construir una casa en el solar nº 27, de su propiedad, sito en la calle de Granada con vueltas a la de Calderería y Plaza del Carbón, de cuya dirección se encargaría el arquitecto José González Edo, autor del proyecto, quien firmaba también la instancia (2).

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HOMENAJE A LA MEMORIA DE D. JUAN TEMBOURY ÁLVAREZ Por Rosario Camacho Martínez

Excmo. Sr. Presidente, Ilustrísimos Académicos, familia de D. Juan Temboury, amigos todos.

Quiero agradecer a mi Academia que se me haya designado para dedicar a la memoria de D. Juan Temboury el espacio de los Informes Científicos de nuestras sesiones, al cumplirse los cincuenta años de su fallecimiento el próximo día ventiseis de septiembre.

Juan Temboury Álvarez fue un hombre ilustre, un intelectual e investigador indiscutible, una figura clave en la historia del arte de Málaga y en la recuperación, tutela y difusión de su patrimonio cultural, en una época en que esto era una acción difícil, un hombre inteligente con una gran vocación por la historia del arte, con enorme vitalidad, sensibilidad e intuición que, con mucha capacidad de trabajo pero con un tremendo esfuerzo y afán por estudio, compaginándolo con su dedicación al negocio familiar, superó la barrera de erudito local para llegar a ser un destacado historiador del arte y, lo más importante, fue un magnífico gestor cultural, cuando todavía no utilizábamos esos términos, porque supo montar un proyecto cultural en nuestra ciudad.

No es la primera vez que hablo sobre D. Juan Temboury, aunque hacerlo en esta sede en la que él tanto destacó me impone respeto, pero lo hago con mucho gusto y cumpliendo una obligación porque los que nos iniciamos en la investigación siguiendo sus pasos, y aún continuamos, no dejamos nunca de tenerlo presente. Y es importante divulgar su figura y su obra para que no se extinga su memoria y lo conozcan los más jóvenes, o las personas que se han incorporado hace relativamente poco tiempo a nuestra ciudad. Porque a su espíritu activo, a su lucha incansable, se debe en buena parte la reivindicación y revalorización patrimonial de esta ciudad. Temboury estudió y valoró sus bienes culturales y trabajó para darlos a conocer y procurar su tutela. Es cierto que no siempre fue un camino de rosas, pero pudo encontrar muchos apoyos, porque supo buscarlos, y trabajó siempre tratando de reconocer y salvaguardar en Málaga unos valores con los cuales se identifica nuestra memoria y nuestras señas de identidad, porque Temboury contribuyó a la conservación de esas señas.

Dicen que la mejor forma de conocer a un escritor es adentrarse en su método de trabajo. Yo tuve la suerte de entrar pronto en contacto con Temboury, aunque ya hubiera fallecido, pero lo hice a través de su archivo, excelente resultado de su trabajo y dedicación a la investigación. Fue mi maestro D. José Manuel Pita, quien me llevó a la casa de Temboury en 1967 y durante casi dos años iba todos los martes, después llevándome trabajo a casa, para ordenar sus jugosas papeletas, repletas de datos de nuestra historia y nuestro arte, colaborando también con su viuda Dª Victoria Villarejo; en aquellos años tuvimos una intensa relación y para mí el mejor conocimiento de Temboury, aunque anteriormente ya tenía amistad con algunas de sus hijas, compañeras mías en el colegio.

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El nuevo anuario de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo

El Anuario de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga inicia una nueva etapa, tras catorce años de una intensa y magnífica labor realizada desde su anterior dirección, llevada a cabo por D. José Manuel Cuenca Mendoza (Pepe Bornoy), al que no cabe sino felicitar y agradecer profundamente su trabajo.
El Anuario tiene que seguir su curso y cumplir su función como lugar de encuentro académico, con el difícil reto de mantener como mínimo la cali- dad de la herencia recibida y seguir propiciando, más allá de su carácter compilativo, una actitud científica de evolución e innovación que desarrolle y exponga con profundidad los aspectos más relevantes de la cultura y el arte. Se trata de seguir investigando, con más intensidad aún si cabe, en un tipo de discurso asociado a una figura fundamental: el Académico haciendo su trabajo, poniendo en marcha sus propios textos. El sentimiento académico urdido de deseo, de imaginario, a través de la escritura por la que siempre fluye la vida y en la que siempre se aprecian las señales de esa memoria singular, que se universaliza en la intención de lo que quisiéramos decir.
A lo largo de la vida académica los textos surgen en la cabeza de los sujetos dependiendo de un azar, y en esta trayectoria el Académico extrae del tesoro de la escritura las exhortaciones o los placeres de sus conocimientos. Porque como nos recuerda Emilio Lledó, «…con la temporalidad de la escritura se esboza otro dominio de preocupaciones en donde la palabra escrita, la tradición de las letras, se nos aparece como una jugosa solidificación de la memoria, como un territorio al que, aunque pasado, siempre podemos, gracias al sutil hilo de la escritura, regresar». Y es que la propia existencia individual estalla hacia otras fronteras, y se inmortaliza en ese río de solidaridad y diálogo.
La corriente de la escritura no es como el embalse de la lengua, un gran
seno materno del que nutrirse, sino sobre todo, voz individual, palabra personal. Escritura como función, como acto de solidaridad histórica, o como dice Roland Barthes, «…relación entre creación y sociedad, lenguaje literario transformado por su destino social, forma captada en su intención humana y unida así a la Historia». Existe una escritura «académica», que como todas las escrituras intelectuales, da un lugar privilegiado al lenguaje como signo autosuficiente de compromiso, de elección y de mantenimiento de esa elección, asumiendo como adquiridas todas sus razones. La escritura a la que se adhiere este Anuario es metáfora de la propia Academia; descubre su pasado y su presente, le proporciona una narración, muestra su situación comprometida sin tener que hacerla explícita.
Uno de los principales cometidos de la institución académica estriba entonces en poner en marcha sus propios «Textos». Textos que remiten a una idea lúdica de producción, que se producen según un movimiento serial de encabalgamientos, de variaciones y que resultan radicalmente simbólicos, porque toda obra cuya naturaleza sea íntegramente simbólica se concibe, percibe y recibe, como un Texto. El Texto es plural, es un tejido. Lo que perciben sus lectores es múltiple, procedente de sustancias y de planos heterogéneos, despegados, que provienen de códigos conocidos, pero cuya combinatoria es única, fundada en matices diferentes que sólo podrán repetirse como individualidad.
Por todas estas razones será el objeto principal del Anuario de esta Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga mostrar al Académico de la misma haciendo su trabajo, con voz propia, científica y llena de creatividad.

JAVIER BONED PURkISS
Director del Anuario 2015

El Anuario de la Academia, segunda época

Cuando una publicación inicia su segunda época es una buena señal y lo es porque implica permanencia en el tiempo y persistencia en sus principios —es decir, en su espíritu— y, a la vez, supone capacidad de transformación para adaptarse a días nuevos, a los retos que el siempre desafiante futuro de- para. Así ocurre, amable lector, con este número del Anuario de la Academia que tienes en tus manos.
Una importante primera etapa se cumplió bajo la dirección del académi- co Pepe Bornoy (que, además, era autor de su diseño, donde dejó su singular impronta artística). Pero ha llegado otro momento y lo importante es que el Anuario continúa, que sigue siendo el lugar en el que se reflejan las activida- des de la Academia y, sobre todo, el quehacer de los académicos.
Esta nueva edad del Anuario le hace aparecer con muy distinta imagen, una metamorfosis que le lleva a tener una presencia más sosegada y austera, mas contenida en lo formal, pero no menos rigurosa y científica en los tra- bajos que contiene. Nuestro Anuario aspira a continuar siendo una publica- ción de referencia en el ámbito que le es propio. Y estamos seguros de que lo ha de conseguir, lo consigue ya, bajo la dirección del profesor y arquitecto don Javier Boned Purkiss. Su profunda formación intelectual, su sereno ca- rácter y su amor al conocimiento ya impregnan las páginas de este número. No sería justo olvidar la ayuda que, en sus afanes editoriales, le presta el res- petado y reconocido arquitecto y Vicepresidente segundo de nuestra Institu- ción, don Ángel Asenjo Díaz. Debo, también, referirme a la labor de nueva concepción formal desarrollada por el diseñador don Antonio Herráiz que ha sabido imprimir a la publicación el sello de su siempre limpia elegancia. Estamos orgullosos del fruto de su esfuerzo común; aunque, como siempre, lector, eres tu quien debes de juzgarlo.

JOSÉ MANUEL CABRA DE LUNA
Presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo